jueves, 16 de agosto de 2007

Por el sur de Marruecos

Parecen que han pasado años desde la última vez que pude acceder a internet, y me hubiera gustado contestaros a todos uno por uno, porque cada uno tenéis una pregunta diferente para hacerme, pero de verdad que es imposible. Es como si el tiempo se hubiera convertido en oro por un lado y arena que se resbala por los dedos, por otro lado, siempre corriendo, corriendo…
Ya he terminado mi viaje por Marruecos, y mañana cojo un avión hacia Senegal para seguir en autobús desde allí. Ayer, despedí a Juan y a Amalia que me han acompañado estos últimos 15 días por el sur de Marruecos, y desde ahora sigo solo a no ser que alguno de vosotros se atreva a acompañarme otro tramo del viaje en otra parte del globo. Yo estaría encantado.
Marruecos me ha gustado mucho, me ha sorprendido en miles de ocasiones, y me resultaba difícil de creer que un país así sea nuestro vecino, sólo a unos pocos kms. de distancia. La gente de allí tiene poco que ver con los inmigrantes que llegan a España y a los que apenas vemos, aunque sean casi un millón. En Marruecos te encuentras a gente que son lo peor y que intentan timarte hasta el bocadillo que te estás tomando, hasta los que te invitan a su casa nada más conocerte sin esperar nada a cambio; cuando me veían poner mi tienda de campaña se me acercaba gente para que durmiese en sus terrazas y cenara con ellos. Son así especialmente los bereberes; nada que ver con el norte donde siempre te dicen que si a todo, y luego hacen lo que quieren; pero, en el sur, y especialmente, en los pueblos que picotean las montañas de 4.000 metros del Atlas, son amables y siempre dispuestos a ayudarte. Las chicas jóvenes son muy guapas, con unos ojos negros enormes, pero al llegar a una edad, ya es difícil verles los ojos. Los hombres envejecen ràpido y es difícil decir si un hombre tiene 30 años, 40 ó incluso 50.
Pero, es que la vida en el Atlas tiene pinta de ser difícil. Los pueblos no tienen luz y por tanto no ves en los tejados los cientos de antenas parabólicas que ves en las otras partes de Marruecos. Sin embargo, los pequeños pueblos han sabido crear verdaderos jardines alrededor de sus pueblos con el poco agua que tienen en verano, llevando esa agua por acequias. En primavera, sin embargo, se distinguen unos cauces anchísimos en el rio, que en verano está seco, pero que con el deshielo debe dar miedo caerte allí.
Más vale que escriba con un poco de orden para que os enteréis de algo, así que empiezo por el principio. Fui a buscar a Juan al aeropuerto de Marrakésh y me encontré con que Amalia había decidido acompañarnos de repente. Me alegré mucho de verla a ella también y al día siguiente todavía más, porque si hubieran estado solo cuando Juan se cayó, todo habría sido más ….. uhgggggg. Pero sigo…
Las cosas empezaron a torcerse desde el primer momento, porque a Juan no le llegó la mochila. ¡¡¡¡Gracias Iberia, una vez más!!!!!!!. La suerte fue que llevaba las botas puestas, y con mi ropa nos apañamos los dos. Sólo tuvo que comprar un saco de dormir; supongo que el único que había en Marrakésh, porque el tipo se lo vendió a precio español, yh no valió de nada regatear y regatear, salir tres veces de la tienda y volver a entrar… el tipo vio la desesperación en nuestros ojos. Al final, entré yo solo y me llevé el saco, porque veía que no nos íbamos en la vida de allí. Habíamos alquilado un coche con chofer para que nos llevara a Oukaimeden, desde donde ya saldríamos andando hacia la cima del toubkal. En el camino nos paramos en un rio que estaba lleno de chiringuitos y gente bañándose entre las rocas; Juan dijo que se estaba mareando, se apartó un momento de nosotros y al momento oímos un ruido de cabeza que se da contra el suelo, y justo, SE HABÍA DESMAYADO COMPLETAMENTE. Estaba en el suelo inconsciente. Los dos empezamos a darle aire y echarle agua poco a poco por encima, hasta que se fue despertando. Como he dicho antes, gracias que no estaba yo solo. Le llevamos casi a rastras hasta un sitio fresco que tenía una alfombra en el suelo y ahí estuvo un par de horas, hasta que se recuperó excepto por el dolor de cuerpo y los cardenales que tenía por la espalda, el cuello y una brecha en la cabeza. Todos suponemos que fue un corte de digestión por el estréss de la maleta, y el calor que hacía ese día en Marrakésh (sobre 50 grados). Esa noche tuvo que tomarse calmantes para los dolores pero al día siguiente ya estaba casi bien. Creo que el ver las montañas le curó de todos sus males.
A partir de Oukaimeden, empezamos a recorrer las montañas, pasando por pueblecitos bereberes, de color tierra, donde a veces nos paramos a tomar té en cualquier casa bereber. También dormimos en las terrazas de cualquier casa bereber medianamente preparada para turistas (poca cosa). Pones una colchoneta en el suelo, te metes en tu caso, y te pones a ver estrellas, que allí como no hay luz que moleste, se ven de maravilla… luego sale la luna, se van las estrellas y se recortan las montañas a lo lejos en un fondo negro gigantesco y tú estás en medio de todo eso sin poderte creer lo bonito que puede llegar a ser un cielo estrellado.
Así llegamos, andando, hasta Imlil, que es el pueblo más grande, desde el que parte la gente para subir al Toubkal. Allí quise meterme a internet, pero las conexiones eran lentísimas y me desesperé. Así que hice unas cuantas llamadas de teléfono en su lugar. Para los que tengáis dudas, estoy llamando mucho a casa; estoy asombrado de mi mismo.
Al día siguiente, desde Imlil, empezamos a subir para llegar al refugio que está a los pies del Toubkal. Casi 1.400 metros de desnivel por valles ahora muy secos, pero que en primavera deben de ser una delicia. Aún así hay sitios por donde el rio hace cascadas y pequeñas pozas, donde te puedes bañar y refrescar. Una verdadera delicia. Además, de vez en cuando hay pequeños kioskos donde venden coca-colas y otras bebidas.
El refugio es un edifico de piedra muy parecido a los refugios de montaña de Europa; allí pudimos comprar comida y bebidas, pero decidimos dormir en tienda de campaña. Esa noche el cielo estaba increíble; se veía incluso la Via láctea. Nos dieron ganas de dormir fuera de la tienda, pero hacía demasiado frio. Al día siguiente, nos levantamos prontito y paaaa riba…. (para arriba, en cristiano). Con un desnivel de 1.000 metros, el Toubkal, es realmente facil de subir. No tiene nada técnicamente complicado y por donde nosotros subimos, sólo era cuestión de poner un pie detrás de otro. Al llegar a los 4.000 metros aparecía la arista final, y si te asomabas, desde allí se podía ver la otra vertiente del valle de Tifni. Ya sólo quedaba seguir la arista con cuidado, porque había una caída bastante alucinante a un lado, y sin complicaciones llegabas a la cumbre. La vista desde allí era fantástica, aunque la luz no era muy buena para hacer fotos. Aún así nos hicimos unas cuantas con un grupo de españoles que llegaron al mismo tiempo que nosotros. Cuando ellos se fueron, llegó una familia de franceses con CHAMPAGNE. Nosotros les veíamos tomarse el champagne con una carita tal de tristeza que no debieron poder soportarlo más y nos invitaron a una copita y allí mismo les juramos amistad eterna para siempre. Ya sólo nos quedaba volver a bajar y dormir de nuevo en nuestra tienda de campaña. A la mañana siguiente, recogimos nuestros bártulos y nos fuimos descendiendo hacia el lago Ifni, a unos 1.300 metros más abajo. Me encantó el recorrido. Pasamos por desfiladeros hasta llegar a la misma orilla del lago, donde plantamos nuestra tiendecita. Ese día nos bañamos en el lago y por la noche, decidimos dormir con nuestros sacos al airte libre viendo más estrellas. Hicimos un círculo con nuestras mochilas y la tienda y nos pusimos los tres juntitos con Amalia en medio. A la hora de acostarnos empezó a soplar un viento que acabó en huracán y que incluso se llevó alguna tienda que no estuviera muy bien clavada. Nosotros aguantamos como pudimos, siempre a punto de salir volando, pero menuda experiencia; eso si, dormir, lo que se dice dormir, no es que durmiéramos mucho.
Al día siguiente, seguimos andando hasta Amsouzart, donde dormimos en una casa bereber muy básica, pero donde yo dormí como nunca desde que había salido de viaje. El cansancio empezaba a pasar factura. Allí no recogió un chofer con un 4x4 que habíamos alquilado, para hacer la segunda parte del viaje. La zona más desértica de las khasbas, casi llegando a la frontera con Argelia. Aquí las poblaciones bereberes no tienen nada que ver con los pueblecitos del Atlas. Son auténticas fortalezas de adobe; algunos se parecen a nuestros castillos medievales. Las hay preciosas, con tiendas por dentro para turistas, en mitad de un terrenal desértico. Nosotros vimos algunas de estas, pero también nos metimos en pueblos-khasbas para ver que había dentro y como vivía realmente la gente. Al principio no nos atrevíamos demasiado, pero finalmente resultó una experiencia increíble para los tres. Salimos de allí como flotando. Eso si que era entrar en la máquina del tiempo. Normalmente, hay una puerta muy grande y decorada, donde suelen estar sentados 3 ó 4 viejos del pueblo, a los que les pedíamos permiso para pasar. Dentro las calles se estrechaban y se oscurecían, con lo cual el calor del exterior desaparecía. Un chico nos dejó subir a una de las casas, donde los cuartitos eran diminutos y en uno estaba el horno que ocupaba media habitación. Supongo que era un horno para unas cuantas familias. Las calles son auténticos laberintos de donde salen niños de todas partes, y mujeres que asomaban las cabezas por las puertas mirándonos con curiosidad; pero todo el mundo era simpático y nadie nos puso mala cara, aunque en cierta forma estábamos invadiendo su intimidad. Imaginad que a vuestro pueblo hubiesen llegado unos cuantos alemanes con los ojos como platos mirando como vivíais. Eso si, nada de fotos, aunque para mi era una auténtica tortura. Vaya fotos de retratos que se pueden hacer en este país si se dejaran, pero todo el mundo le tiene verdadera fobia a la cámara. Aún así he hecho fotos a la gente, pero desde lejos.
Ya en el todo terreno, seguimos hasta Merzouga, donde están las dunas de Erg Chebi. Esa noche, para variar, dormimos en un hotelito precioso al pie de las dunas. Por la mañana a las cinco salimos a ver la salida del sol. Increíblemente, había llovido el día anterior sobre las dunas (supongo que la primera vez en todo el año) y estaba un poco nublado. No fue una salida de sol espectacular, aunque estuvo bien, sobre todo por el cielo que se puso a continuación y por el tono rojizo de la arena. Por cierto, el clima desde que habíamos salido de Marrakésh genial; un calor muy soportable. Yo tenía bastante miedo por lo que se nos venía encima, pero no.
Seguimos viaje hasta las Gargantas del Todra, donde hicimos una marcha por el palmeral de la ciudad, con un cielo maravilloso y la mejor luz desde que estaba en Marruecos. La gente trabajando sus huertos, las mujeres lavando la ropa, etc, etc… Una maravilla. Por cierto, ya somos unos expertos los tres en eso de lavar la ropa en el rio; el primer día, cuando lavábamos algo, al momento se nos ensuciaba más de barro, hasta que un chico nos trajo un cubo de agua, que es lo ideal para aclarar la ropa. Cuando llegue a casa, a quien quiera le doy unas lecciones en el Manzanares. Dormimos en otro hotel en medio de la Garganta, en la zona más profunda, y al día siguiente nos fuimos hacia el Valle del Dadés; un sitio precioso entre montañas y más khasbas.
Al día siguiente ya sólo nos quedaba volver a Marrakésh; casi 350 kms de ruta. Los últimos kms. se hacen por una carretera maravillosa que atraviesa de nuevo el Atlas y los cruza por la mitad en el paso de Tizi´n Tichka. Llegamos por la noche.
Esta vez cogimos un hotel fuera de la medina de Marrakésh, en la zona moderna. Era como estar en la Castellana de Madrid: todo hoteles de lo mejor de la ciudad, Pizza Hat, discotecas y toda la cerveza que querías. Me alegro mucho de haber visto esa parte de la ciudad que nada tiene que ver con lo que hay dentro de la Medina. Supongo que eso es Marruecos, dos o tres mundos en un mundo país; un mundo que se quiere abrir a occidente o quiere imitarnos, con lo que eso tiene de bueno y malo, y un mundo que se aferra al pasado o al medievo, con lo que eso también tiene de bueno y malo.
En resumen, hay cosas de Marruecos que me han encantado y otras que no, pero realmente es un país increíble y lleno de sorpresas, con sitios preciosos. Desde luego, lo que prometo es que es un país que si lo visitáis no os va a dejar indiferentes a nadie.
Juan se ha llevado mi cámara de fotos con tres tarjetas de 1 Gb llenas; le he dicho a Silvia que me mande algunas a mi correo, pero me temo que algunos de vosotros las vais a poder ver antes que yo. No sé cuando me podré meter otra vez en internet, pero intentaré hacerlo lo antes posible. Hasta entonces, un saludo a todos

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