Ya estoy aquí de nuevo. Sé que parece como si hubiesen pasado años desde la última vez que pude escribiros algo y que alguno está un poco “histérico”, pero esta vez prometo que la culpa no es mía; no se parece a cuando no enciendo el móvil y todos me gritáis. La mayoría de las veces, paso por sitios donde no hay electricidad y si encuentro un teléfono ya me considero afortunado y me siento como si estuviera en Nueva York. Todo esto para decir que no quiero oir ni una queja, ni un insulto, ni, ni…. Vale, vale, ya empiezo de una vez.
En estos momentos estoy en Mali; en una ciudad bastante horrorosa que se llama Bamako, y que es la puerta de mi viaje por el Níger. Estoy esperando a que salga una especie de barco, pero no se sabe exactamente cuándo va a salir. Si pregunto algo, me dicen: “maybe”. Así que todos los días yo pregunto lo mismo y espero. A lo mejor mañana llego con mi mochila y me voy, y a lo mejor puedo volver a escribiros lo cual querrá decir que sigo en Bamako. Si esto me hubiera ocurrido hace dos meses, ahora estaría al bordo de la crisis nerviosa, pero chicos… ya soy casi africano. Hasta el color de piel creo que me está cambiando, aunque empiezo a necesitar crema hidratante desesperadamente y mi pelo, bueno, digamos que está distinto…
Voy a volver atrás en el tiempo o me temo que no vais a entender nada. De Marruecos no tuve más remedio que coger un avión a Senegal para desde allí seguir por carretera hasta Bissau. Desde Marrakésh no había aviones a Bissau y tenía que ir a Casablanca o Rabat. Total que me dije, ¿por qué no?. En Dakar tuve suerte y pude coger rápidamente (ahora lo sé) hacia Kaolak una especie de autobús. El paisaje era maravilloso, pero cansado. Las filas estaban tan cerca unas de otras que mis piernas no cabían y tenía que llevarlas en el pasillo; el problema es que el pasillo era como un mercado ambulante y la gente no paraba de hablar de lado a lado del autobús y ¿de comprar y vender cosas?. O eso parecía. Cada vez que parábamos en un poblado, subía un montón de gente que empezaba a vender sus productos a gritos, desde gafas de sol a cacahuetes y huevos duros. Iban de un lado al otro del autobús gritando y en medio mis piernas. ¡Cielos, qué pesadilla!!!!!. Y eso ocurría en todos los poblados.
En Kaolak tuve que coger hasta dos autobuses más hasta que por fin llegamos a la frontera. Ah, los autobuses aquellos paraban siempre que alguien quería o cuando alguien, desde cualquier sitio, hacía una seña desde la carretera. Así que imaginad lo que tardamos. Yo estaba algo nervioso ante la idea de llegar a la frontera, pues aunque llevaba visado, siempre está la literatura que dice que en África vas a tener problemas por todos lados y sobre todo ante policías. Todos nos bajamos del autobús y pasamos andando la frontera. Yo hice los trámites en menos de cinco minutos y de repente ya estaba en Guinea Bissau. Waw, había llegado por fin. En una media hora ya estábamos todos otra vez en el super-autobús de camino a Bissau, la ciudad más grande del país. Luego me enteré que en la frontera con Senegal hay movimiento de guerrillas y bandoleros, etc, etc…Pues a mi me pareció una frontera de lo más tranquila y rápida.
En Bissau no me fue difícil encontrar un hotelito más o menos limpio, aunque sin aire acondicionado, porque hay más turismo del que yo creía que me iba a encontrar. Desde allí contraté una piragua a motor que en tres horas me llevó al archipiélago de las Islas Bissagos, donde pasé unos días increíbles. Unas playas de fina arena y unas islas que son como una gigantesca fábrica de organismos vivos de todo tipo; están llenas de canales con una vegetación gigante que alimenta a cientos, miles de animales. Vi de todo; hay islas donde desovan tortugas (aunque no era la época del desove, pero vi algunas gigantes), hay cientos de hipopótamos, delfines, tiburones (que me tenían un poco preocupado cuando nadaba), todo tipo de aves… un auténtico paraíso.
Cada isla era una maravilla por si sola y el estar allí rodeado de todo, con mi mochila y diciendo ¿qué veo primero?. Y eso hice, me dejé llevar. Que alguien me decía que en tal isla podía nadar con delfines y que si quería me llevaba, aunque “tienes que esperar a que pesquemos algo” yo me desmayaba de placer y les ayudaba a pescar, y así continuamente. Nunca he conocido a gente tan increíble; los niños, de acuerdo, son así en todas partes, pero los adultos parecían que disfrutaban aún más que yo con que descubriese su país lo más profundamente posible.
También me encontré allí con algunos europeos que trabajan allí y quieren desarrollar el ecoturismo para ayudar a esta gente a encontrar más formas de ganarse la vida, pero yo les veo tan felices en general, que ojalá tarde mucho en que este paraíso cambie. Sin embargo es la historia de siempre, hay algunos hoteles y los dueños sueñan con ver cientos de turistas, y hasta de ampliar un aeropuerto de tierra donde hasta ahora sólo aterrizan pequeñas avionetas. Este aeropuerto si se hiciese más grande tendría que atravesar un bosque de ceibas y los jefes de la zona se niegan a talarlas, porque los árboles “son la morada de los espíritus”. Ese es el espíritu que reina allí. Ya podéis imaginar que yo me encontraba en mi paraíso particular, y creedme si os digo que me hubiera quedado mucho más tiempo allí, si no fuera porque salía un transporte (sería mucho llamarlo autobús) para Mali y si lo hubiese perdido, vete tú a saber cuando hubiese salido otro, pero me fui llorando, literalmente, con los ojos llenos de lágrimas.
Allí pasé también por 2 parques llenos de más islas maravillosas y aves. A veces pude dormir en algún hotel, pero la mayoría de las veces ponía mi tienda diminuta en algún sitio maravilloso y veía la puesta de sol sacando la cabeza de mi tienda, y viendo a veces a los hipopótamos o a los ibis. ¿No es difícil de creer que a veces me sentía tan feliz de estar viendo aquello que empezaba a sentir algo salado en la boca y que no era otra cosa que alguna lagrimilla de la que no había sido consciente?. Ya sabéis los que bien me conocéis que soy bastante impresionable y que considero que la naturaleza es lo más bello que esta vida nos puede ofrecer.
Lo único que echaba de menos es que alguno de vosotros hubiera estado conmigo en esos momentos, porque entonces ahora me podríais asegurar que no fue un sueño, y porque sé que a la mayoría de vosotros os habría gustado tanto como a mi y os habríais sentido igual. Jo, qué pena que Juan y Amalia me hubieran tenido que dejar en Marrakésh; habría dado cualquier cosa para que siguierais el viaje conmigo; ha sido maravilloso subir al Toubkal con vosotros. Por cierto, para los que no estabais allí, llegamos a la cumbre los tres agarrados de la mano. Qué pena que no hubiera nadie allí para hacernos la foto, ¿verdad?. Bueno, pero el champagne estaba bueno, ¿a qué si?.
Ah, tengo que decir que un día tuve un “pequeño” susto, y digo pequeño porque soy un inconsciente. Puse mi tienda, como siempre, cerca del agua y cuando ya estaba durmiendo oí un ruido muy raro, como una tos seca, no sé algo muy raro que no había oído en mi vida. Saqué la cabeza, apunté con mi frontal y no vi nada, así que vuelta a dormir. Volví a oir el ruido y me asusté un poco. Como cerca había un poblado donde me habían dicho que durmiera, decidí recoger mis cosas e irme para allá. Al día siguiente les conté lo que me había pasado y con toda tranquilidad me dicen: “Si, debía ser un cocodrilo. Hiciste bien en marcharte”. Me puse blanco y me juré que se acabó eso de dormir en cualquier sitio. Pero a los dos días me enseñaron una colina desde la que se veía un paisaje tan increíble que me dije que desde allí la puesta de sol tendría que ser alucinante y decidí quedarme; lo malo es que a la puesta de sol se nubló todo y se puso a llover como si fuese el fin del mundo, y yo metidito en mi tienda, y con un viento que parecía que la tienda me iba a abducir y llevarme a otro planeta. A veces salía de la tienda, para clavar más fuerte los hierros y poner piedras por todos lados… vaya nochecita.
Por cierto, es que allí es la estación de las lluvias (de mayo a octubre). Ah, y qué bien comí mientras estuve, pescado delicioso todos los días. Nada que ver a donde estoy ahora. Creo que me voy a volver a Bubaque, que es la ciudad desde la que salí para Mali. Si alguna vez me pierdo y no me encontráis, buscadme allí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario