Dicen que “a Tombuctú no se puede ir, que hay que llegar, ganarla metro a metro” y eso he hecho yo, poco a poco, por el río. No sé si sólo estaba persiguiendo un sueño, porque lo primero que me he encontrado al llegar ha sido calor, arena y muros que se caen, a lo mejor llenos de fantasmas del pasado. Este es un lugar que se muere desde hace siglos y que lo mantiene en pie una fuerza que estoy dispuesto a encontrar. Antes era una ciudad importante porque tenía dos cosas que ya no tiene: agua y comercio; ahora el agua no llega hasta aquí ni en las mejores crecidas y las dunas llegan hasta la entrada. Los pozos se secaron hace tiempo, ya no hay cosechas, los pastos para los animales desaparecieron… ¿Y de qué viven aquí?. Me temo que de gente como yo (espero que los demás regateen menos) y de la ayuda internacional.
A partir de las 10 de la mañana no hay quien de un paso por las calles, y los pocos que se atreven lo hacen como adormilados. Yo lo intenté y al momento me ví arañando las diminutas sombras de las casas. Según pasa el tiempo la ciudad se vuelve más y más fantasmal y sobre la una de la tarde ya no hay nadie en absoluto. Por la noche, es cuando todo despierta. No hay luz eléctrica en las calles, pero empiezan a aparecer gente de todos lados, con sus turbantes, que me recuerdan grupos de fantasmas de visita nocturna. Los niños juegan de noche y de los cafés sale mucho ruido; de uno salía más jaleo de lo normal y una luz extraña… estaban echando un partido de futbol europeo, ja.
Desde la mezquita llaman a la oración y el ambiente se me hace más especial todavía. A estas horas Tombuctú está viva, un día más, un año más.. quien sabe si un siglo más.
Ahora mi prioridad es salir de aquí y eso estoy buscando. En el hotel hay notas en el tablón de anuncios de gente que busca compañeros para alquilar coches o que esperan la llegada de alguien. Me he dado cuenta de que hay mucha gente viajando como yo. Tengo varias posibilidades, pero de momento sin mucha suerte. Yo quiero ir hacia el sur, hacia Burkina Faso, pero me temo que sólo voy a poder salir de aquí si antes paso por Gao que es una ciudad que no me interesa nada. Esta mañana he tenido una conversación curiosa con un tipo que tenía un camión y que según él me podía llevar al norte. Yo le decía: “No, es que yo voy hacia el sur”, y él:”Te puedo llevar cerca de la frontera con Mauritania” y yo: “¿Pero que hago yo en la frontera con Mauritania, si yo quiero ir a Burkina Faso?”, y él seguía explicándome el viaje:”…tardaremos sobre un mes y medio en volver… en X encontraremos el último pozo de agua y desde ahí estaremos 7 días sin agua, pero….. y desde ahí te puedes enganchar a otra caravana que te lleve…” y yo pensando, ¿qué me lleve dónde?. ¿al círculo polar?... este tio está loco”.
Fue una conversación digna de los hermanos Marx.
Dentro de dos días hay un vuelo para Gao, que viene de Bamako y pasa por Tombuctú, así que si no encuentro nada mejor lo cogeré. A lo mejor gano algo de tiempo, pero si puedo me marcho mañana.
domingo, 23 de septiembre de 2007
sábado, 22 de septiembre de 2007
De viaje por el Níger
…. Y un buen día, con no sé cuántas horas de retraso con el horario que me había previsto, conseguí empezar a navegar por el río Níger. Mi idea inicial era navegar por el río Congo, pero vistos los problemas de todo tipo que iba a tener allí, empezando por el de sobrevivir, me cambié de río y como el Níger también estaba en mi mente desde una eternidad, no fue difícil escoger. Ha sido toda una experiencia de la que no me arrepiento en ningún momento. Por cierto, sigo constatando que aquí es inútil preguntar: “¿Cuándo llegaremos?, ¿Cuándo esto o cuando lo otro…?”. Preguntar se puede, pero ¿para qué?. Al principio de empezar este viaje, puedo entender que tuviera ese tipo de errores, pero ahora es imperdonable por mi parte, aunque supongo que lo seguiré haciendo hasta el final, soy un europeo cabezón.
En los viajes por un rio, o en cualquier viaje supongo, no se debe acudir con prisas. Como le ocurría al barquito, hay que dejarse llevar, y tienes tiempo para pensar, para buscar, para intentar encontrar el sentido a las cosas, a tu propia vida, pensar en lo que no somos y nos gustaría ser. Como leí una vez “el viaje por río es el viaje”. Llegar bajando el Níger hasta Tombuctú es un sueño que estaba a punto de cumplir.
El barco estaba lleno a rebosar, como ocurre en todo por otro lado, incluso había mercancías, pescado que iba y venía (no andando, se entiende), piezas de qué sé yo, y cosas, y gente y el “capitán” que me dice algo como: “Pase y póngase cómodo”, como si estuviese de crucero por el Caribe. Y yo pensando: “¿Y dónde rayos hay sitio aquí para ponerme cómodo?”. Íbamos lentos, lentos, con motor, pero tan lentos que hasta los pescadores en sus pinazas nos adelantaban a veces o se ponían a nuestro lado para vender pescado. Al poco tiempo de salir, vi el primer hipopótamo y después manadas y manadas. Y cientos de pájaros. Por la tarde, todavía se veían más aves y los hipopótamos, que por la mañana sólo sacaban las orejas, se dejaban ver casi enteros.
Para los niños del barco, yo era la atracción principal. Nos poníamos a nombrar a los pájaros, ellos en su idioma y yo en el mio: “Mira garzas, un águila… waw, cormoranes…”. Ellos lo repetían en castellano y se morían de la risa, y si yo lo decía en su idioma ya no podían dejar de llorar. Al caer el sol, venían los mosquitos y eso si que era un problema. Aunque pasé horas y horas en ese barco, no me aburrí en ningún momento, sólo con ver los animales, la vida que había en el barco, todos los que querían saber qué pintaba yo allí, las aldeas que vas viendo en el camino, los pescadores, las mujeres trabajando (como casi siempre), mis “batallas” con los niños.. A veces, el río se ensanchaba tanto que no veíamos la orilla, y otras se veían pequeñas islitas donde vivían pescadores en diminutas aldeas. Al oírnos pasar, siempre salían montones de niños que al verme se ponían a gritar como locos. Aquí soy toda una estrella, a veces me siento como Supermán.
Durante el día, siempre estamos parando en poblaciones para cargar o descargar mercancías o gente. Aprovecho para salir y dar una vuelta a estirar las piernas. Algunas de estas aldeas no son más que una o dos chozas en forma de iglú con ramas, y otras veces tienen hasta una mezquita alucinante, como un Tombuctú en miniatura. Es toda una gozada darse un paseo en cada parada, por eso no me importa parar mil veces, aunque no sepa cuando voy a llegar nunca a ningún sitio. El sonido más característico de estas aldeas es el sonido que hacen las mujeres con los morteros al machacar el mijo, con lo que hacen las tortas que luego comen. Por las noches, dormimos en estas aldeas. Se hace un fuego, porque por las noches hace frio, se compra pescado para la cena y me pongo a “hablar” con la gente de la aldea; a veces nos entendemos mejor y otras peor. Es interesantísimo lo que me dicen, unos y otros. Por ejemplo, echan pestes de las ONGs occidentales; dicen que éstas reparten comida, pero que eso es terrible para su economía, porque la gente no trabajaba, se acostumbraba a esa forma de vida. Además, los alimentos solían acabar en los mercados en vez de repartirse. Yo suelo escuchar, sin meterme en las conversaciones, pero a veces lo hago: “¿Y qué pasa con la gente enferma que no puede trabajar?. A veces las ONGs si les ayudan, ¿no?”, y me dicen: “En África el que no sirve se muere, así es la cosa”. Me temo que así es la cosa, y no sólo en África.
Los atardeceres en el río son un espectáculo. De pronto un sol grande y cobrizo que se queda como suspendido en el cielo, apenas un segundo sobre la línea del horizonte, te da un guiño y se precipita a esconderse, muy rápido como si estuviera agotado de todo el día trabajando. Y vaya si trabaja, os lo puedo asegurar.
Llegamos a Mopti y me despido de todo el mundo, pues voy a estar unos días por esta zona. Hay unos cuantos sitios que quiero ver por aquí. Ese día dormí en un hotel, después de tantos días por el suelo. Y mi cama hasta tenía mosquitera, vaya lujo. Sigo teniendo suerte con los mosquitos, no me pican y si lo hacen no me entero.
Mopti es una gran ciudad, creo que tiene más de 80.000 personas y sigue creciendo de todos los que vienen del campo, huyendo de sequías, de plagas, de guerras, del hambre… de todos los jinetes del Apocalipsis. Es la historia de todas las ciudades en África. Tiene un puerto enorme que me deja asombrado. Tengo que preguntar por un nuevo barco a Tombuctú, pues si tarda tanto en salir como desde Bamako, tengo tiempo de sobra para ver todo lo que tengo en mente. Cielos, toda una mañana regateando el precio. Me estoy convirtiendo en un agarrado o qué¿?????. Es que no soporto que me tomen por un rico europeo, ni por un turista idiota. Me voy muy enfadado y tengo que volver varias veces a ver si el dueño del barco ha “meditado” suficientemente… Nada, que me sigue tomando por idiota. Al final, un crío de esos que siempre encuentras, me saca del lío. A mi me da igual el tipo de barco que sea, así que me encuentra una “pinaza” de mercancías en la que “me pueden llevar a Tombuctú dentro de unos días”. Perfecto, eso lo que quiero.
El mercado de Mopti es increíble, un océano de color, por las ropas de las mujeres. Me encanta…En el rio todos se lavan después de un día de trabajo, y la ropa, las cabras, todo… Yo también lavo la ropa aunque con un resultado desastroso; creo que se me ensucia más pero por lo menos le quito el polvo. Vaya pinta de guarro que llevo, pero así no me toman por un europeo rico. Ya necesito muchas cosas que se me han terminado pero no sé cuando voy a ser capaz de comprarlas.
Quiero ir a Djenné que está a unas horas de Mopti. Alquilo un coche con unas chicas suizas que están también en mi hotel. El coche parece una pieza de coleccionista de chatarra. ¿Eso va a andar?. El chofer va incluido en el precio porque no me veo conduciendo un “aparato” así. Si pasábamos por un charco entraba agua por abajo, las ventanillas suben y bajan como en un coche fantasma. Una de las chicas suizas no para de sonreir y de dar caramelos a los niños, y quiere fotografiar a todo y todos, provocando lios cada dos pasos. Mientras salimos del décimo lío en que nos ha metido, la miro sonriendo, mientras me la imagino en una cazuela cocinada por salvajes antropófagos; si supiera lo que estoy pensando. Ahora está intentando enseñarle al coger algunas palabras en inglés, y el individuo la mira a ella más que a la carretera. Nos la vamos a pegar…
Según los datos que me habían dicho de Mopti a Djenné se tardaba dos horas, nosotros tardamos el doble, como siempre. Nada más llegar, aparecen un montón de crios que te quieren enseñar la ciudad. Yo, desde Marruecos, me he dado cuenta de que vienen muy bien, aunque a veces te gustaría estar solo. Aquí, todos se llaman “Gogo”. Pues hala, me “hago” con un “Gogo” y les digo a las suizas que nos vemos dentro de tres horas: la suiza “simpática” ya está bailando en medio de un mercado… puaf. Mi Gogo lleva una camiseta blanca o que un día fue blanca, rota por mil sitio, en donde ha pintado “Raúl”. Caramba, ese es un jugador del Real Madrid. Me dice que es su equipo y que cuando sea mayor quiere irse a jugar al futbol a Europa. Me lo decía tan seguro que es co o si ya tuviese ofertas de varios sitios y le costara decidirse.
Djenné es auténticamente una maravilla mágica, como una ciudad hecha de chocolate, o al menos en eso pensé yo. Por cierto, ¿cuánto hace que no como chocolate?. ¿Será que estoy teniendo un espejismo?. Toda una ciudad de adobe, con gruesos muros, y formas redondeadas, geométricas… la mezquita es puro Gaudí. Ahora sólo pueden pasar por dentro los musulmanes, qué lástima sentí. Está en un estado perfecto, como recién hecha para ponerle la velita del cumpleaños encima. Gogo me cuenta que todos los años, en abril, todo el pueblo trae arena y agua del rio para mezclarlo con paja, y así vuelven a cubrir enteramente la mezquita. Así todos los años, para que no estropee.
Se escucha la llamada del muecín y me meto por calles estrechas, por un laberinto que sale desde la mezquita. El calor era tremendo, así que me alegro de estar por sombras en estas calles. Una ciudad increíble, preciosa, un sitio donde tienes la sensación de estar en un lugar muy antiguo al que tú también perteneces aunque sea por unas horas.
De vuelta en Mopti busco quien me puede llevar a conocer el país Fogón. Hay que alquilar otro coche, esta vez con holandesas y un australiano. Las holandesas apenas hablan y el australiano es hiperactivo y no para de moverse; si tuviese un sitio para el sólo no me importaría, pero cada vez que lo hace, yo me clavo los hierros de mi asiento. Uffffff. Vamos por una zona casi desnuda de vegetación, con extrañas rocas erosionadas por el viento; a veces, me recuerda el lejano oeste y las películas de John Ford. Empezamos a ver los primeros poblados Dogón, pero los mejores están por venir. Son unos poblados increíbles, llenos de simbolismo, donde cada casa ocupa su lugar por una causa. Hay una casa para las mujeres, que es un gran edificio circular que está a las afueras del pueblo. Cuando tienen el período se aíslan en ella durante cinco días…. caramba.
Hacemos dos días de trekking entre los poblados. Llegamos hasta un cañón que lleva al borde de un acantilado. Los pueblos más espectaculares están debajo de enormes paredes de roca; allí están como protegiéndose. Al estar tan aislados, son de los pueblos que mejor han conservado sus costumbres, aunque ahora llegan cientos de turistas.. como yo, y eso será bueno y malo. Tienen una pequeña influencia del islám, pero también una religión muy antigua basada en símbolos. Actualmente, hay cientos de estudiosos occidentales que intentan comprender dichos símbolos. Yo no lo intento, sólo me dejo llevar por lo increíble de este sitio.
Esta gente vive sobre todo de la agricultura, del mijo, que se pone a secar en los tejados, y después se guarda en graneros hasta la siguiente cosecha. Cada día hay mercado en un pueblo distinto. A veces. Vamos andando hasta que aparece una muralla de rocas delante, y nos decimos “¿Y ahora qué?. ¿por dónde pasamos?”, hasta que mirando mejor, vemos escaleras de madera entre las paredes increíbles. Quien conozca los poblados de Mesa Verde en Estados Unidos, es muy similar en muchas cosas, excepto que aquí la vida continúa casi igual que hace siglos y siglos, y en Estados Unidos son restos arqueológicos. Esa es la gran diferencia.
Me habría gustado quedarme mucho más tiempo allí y visitar en profundidad toda la zona, y todos los pueblos, pero el barco me espera, y me da miedo perderlo con lo que me costó encontrarlo. Otro sitio más que me gustaría volver a ver, y perderme una temporada larga. Esto es terrible, en vez de quitar cruces de mi ya larga lista, no hago sino poner nuevas, más y más… y si me dejo una zona sin ver, sueño con ella de noche. Es como si estuviera enganchado a una droga que se llama viajar y viajar. Y cada sitio que veo me parece mágico, excepto las grandes ciudades a las que me cuesta encontrar el encanto, aunque también lo tienen como el mercado de Mopti y un sitio que he descubierto al lado del río, desde donde se ve una puesta genial de sol. Todo tiene su magia, sólo hay que saber buscar.
Como me imaginaba, la pinaza no ha salido todavía, y aún tengo que esperar un día más para volver a salir. Esta vez es como una canoa grande y vamos muchos menos, sólo somos nueve. El río se vuelve diferente en cierta manera, como más perezoso, se ensancha, se llena de islas, de canales donde no me atrevería meterme y que son auténticos laberintos. Ahora no tiene ninguna prisa por llegar al mar. Como casi no hay desnivel, a veces no sabes si vas o vienes.
Durante el día el sol pega a base de bien, así que todos dormitamos a la sombra del toldo; a veces corre una brisa que es una bendición. En cambio cuando empieza a caer el sol, todo el mundo revive de nuevo y empiezan a aparecer cientos de aves y otros animales que se acercan a la orilla a beber. Navegamos hasta que el capitán encuentra un lugar seguro y agradable para dormir y ahí monto mi tienda. Al despertar la desmonto, desayuno algo de lo que compré en Mopti y me preparo para ver lo que ese día me tiene preparado el río: vas viendo preciosas mezquitas de adobe, hablas con la gente de barco, duermes la siesta, ves y vives un poco la vida del río, los niños juegan y se bañan y me gritan, las mujeres lavan la ropa en la orilla esas telas de miles de colores, los hombres pescan, las cabras y otros animales andan sueltos por todos lados, comiendo lo que encuentran (a mi ya me han birlado la comida más de una vez). Me imagino que la vida en este río no ha cambiado desde hace siglos, todo sigue igual. Cada aldea por la que pasas pertenece a una etnia diferente, con diferentes idiomas, peinados, costumbres por supuesto… abro los ojos lo más que puedo para no perderme nada, porque las imágenes son constantes; todo es un mundo nuevo para mi, no podría estar más asombrado si aterrizase de repente en la luna.
Llegamos a Youvarou que es una gran población que está a mitad de camino. Tenemos que esperar a que lleguen unos sacos de arroz. No sirve de nada desesperarse, así que me voy a dar una vuelta. Babá, uno de los amigos que he hecho en el barco y que trabaja en él, me dice que le siga y me lleva hasta una casa de adobe como las demás. Allí varios viejos toman té. Como siempre me recibieron muy amables y me ofrecieron té. Me contaron historias del río, de los “genios” que viven en él. Babá me traduce en inglés lo que ellos dicen, y me cuenta que uno de ellos es un chamán que mediante la utilización de plantas se puede poner en contacto con los genios. Yo le miro con la boca abierta y empiezan a darme calambres en el estómago de la emoción. Todos hablaban muy lentamente, a veces se hacían silencios de minutos, pero sin dar sensación de vacío, sino de paz; dos mujeres entraban de vez en cuando para traer más té. Estuvimos allí casi seis horas, hasta que Babá y yo nos acordamos del arroz y volvimos al mundo de la realidad. Salimos corriendo hacia el barco pero NADA… el arroz todavía no había llegado. Un día entero le estuvimos esperando, pero no me importó en absoluto, todavía estaba como encantado con la visita que habíamos hecho: creo que realmente estaban en contacto con los “genios” del río y desde entonces cuando lo miraba en la oscuridad, no paraban de darme escalofríos, uhmmmm. ¿Tendrá nuestro Manzanares también algún tipo de genios?. ¿Aunque sean más pequeñitos y beban vino de Rioja?.
Desde ese día Babá y yo nos veíamos de forma diferente, ahora éramos como cómplices. Me contaba historias y me decía que todavía tenían que pasar muchos años antes de que se murieran, “porque mientras la gente crea seguirán vivos”. Ellos eran los dueños del río y si se enfadan mandan grandes vientos para volcar las pinazas. Cielos, espero que nadie haga nada para enfadarlos pero la última noche antes de llegar a Tombuctú si que tuvimos un temporal de agua y arena que no nos dejó llegar hasta ninguna aldea. A las tres de la tarde, Babá me dijo con voz sabia: “Pronto tendremos mejor tiempo”. (Teníamos 50 grados y un cielo azul completamente libre de nubes). Pensé para mi: “Otro genio “habemus””.
Por fin llegamos a Tombuctú, bueno cerca. A Kabara, un puerto a 10 kms. de la ciudad, porque Tombuctú no está en el río. Antes, en la época de lluvias estaban unidas por canales, pero desde hace años por la sequía, cada vez está más aislada.
Estoy alojado en un hotel con ducha, wawwww… El cuarto es pequeño y caluroso, pero la ducha vale por todo. Al principio el agua salía de un color marrón que me tenía bastante preocupado, pero cuando salió del color apropiado me di una ducha de las que se recuerdan en mucho tiempo. Luego caí en la cama y dormí ¿12 horas? Seguidas.
Llevó aquí sentado escribiendo esto otras cuantas horas, que espero agradezcáis en su justa medida y ahora me voy a descubrir la ciudad de una vez por todas. Sigo lo antes posible…
En los viajes por un rio, o en cualquier viaje supongo, no se debe acudir con prisas. Como le ocurría al barquito, hay que dejarse llevar, y tienes tiempo para pensar, para buscar, para intentar encontrar el sentido a las cosas, a tu propia vida, pensar en lo que no somos y nos gustaría ser. Como leí una vez “el viaje por río es el viaje”. Llegar bajando el Níger hasta Tombuctú es un sueño que estaba a punto de cumplir.
El barco estaba lleno a rebosar, como ocurre en todo por otro lado, incluso había mercancías, pescado que iba y venía (no andando, se entiende), piezas de qué sé yo, y cosas, y gente y el “capitán” que me dice algo como: “Pase y póngase cómodo”, como si estuviese de crucero por el Caribe. Y yo pensando: “¿Y dónde rayos hay sitio aquí para ponerme cómodo?”. Íbamos lentos, lentos, con motor, pero tan lentos que hasta los pescadores en sus pinazas nos adelantaban a veces o se ponían a nuestro lado para vender pescado. Al poco tiempo de salir, vi el primer hipopótamo y después manadas y manadas. Y cientos de pájaros. Por la tarde, todavía se veían más aves y los hipopótamos, que por la mañana sólo sacaban las orejas, se dejaban ver casi enteros.
Para los niños del barco, yo era la atracción principal. Nos poníamos a nombrar a los pájaros, ellos en su idioma y yo en el mio: “Mira garzas, un águila… waw, cormoranes…”. Ellos lo repetían en castellano y se morían de la risa, y si yo lo decía en su idioma ya no podían dejar de llorar. Al caer el sol, venían los mosquitos y eso si que era un problema. Aunque pasé horas y horas en ese barco, no me aburrí en ningún momento, sólo con ver los animales, la vida que había en el barco, todos los que querían saber qué pintaba yo allí, las aldeas que vas viendo en el camino, los pescadores, las mujeres trabajando (como casi siempre), mis “batallas” con los niños.. A veces, el río se ensanchaba tanto que no veíamos la orilla, y otras se veían pequeñas islitas donde vivían pescadores en diminutas aldeas. Al oírnos pasar, siempre salían montones de niños que al verme se ponían a gritar como locos. Aquí soy toda una estrella, a veces me siento como Supermán.
Durante el día, siempre estamos parando en poblaciones para cargar o descargar mercancías o gente. Aprovecho para salir y dar una vuelta a estirar las piernas. Algunas de estas aldeas no son más que una o dos chozas en forma de iglú con ramas, y otras veces tienen hasta una mezquita alucinante, como un Tombuctú en miniatura. Es toda una gozada darse un paseo en cada parada, por eso no me importa parar mil veces, aunque no sepa cuando voy a llegar nunca a ningún sitio. El sonido más característico de estas aldeas es el sonido que hacen las mujeres con los morteros al machacar el mijo, con lo que hacen las tortas que luego comen. Por las noches, dormimos en estas aldeas. Se hace un fuego, porque por las noches hace frio, se compra pescado para la cena y me pongo a “hablar” con la gente de la aldea; a veces nos entendemos mejor y otras peor. Es interesantísimo lo que me dicen, unos y otros. Por ejemplo, echan pestes de las ONGs occidentales; dicen que éstas reparten comida, pero que eso es terrible para su economía, porque la gente no trabajaba, se acostumbraba a esa forma de vida. Además, los alimentos solían acabar en los mercados en vez de repartirse. Yo suelo escuchar, sin meterme en las conversaciones, pero a veces lo hago: “¿Y qué pasa con la gente enferma que no puede trabajar?. A veces las ONGs si les ayudan, ¿no?”, y me dicen: “En África el que no sirve se muere, así es la cosa”. Me temo que así es la cosa, y no sólo en África.
Los atardeceres en el río son un espectáculo. De pronto un sol grande y cobrizo que se queda como suspendido en el cielo, apenas un segundo sobre la línea del horizonte, te da un guiño y se precipita a esconderse, muy rápido como si estuviera agotado de todo el día trabajando. Y vaya si trabaja, os lo puedo asegurar.
Llegamos a Mopti y me despido de todo el mundo, pues voy a estar unos días por esta zona. Hay unos cuantos sitios que quiero ver por aquí. Ese día dormí en un hotel, después de tantos días por el suelo. Y mi cama hasta tenía mosquitera, vaya lujo. Sigo teniendo suerte con los mosquitos, no me pican y si lo hacen no me entero.
Mopti es una gran ciudad, creo que tiene más de 80.000 personas y sigue creciendo de todos los que vienen del campo, huyendo de sequías, de plagas, de guerras, del hambre… de todos los jinetes del Apocalipsis. Es la historia de todas las ciudades en África. Tiene un puerto enorme que me deja asombrado. Tengo que preguntar por un nuevo barco a Tombuctú, pues si tarda tanto en salir como desde Bamako, tengo tiempo de sobra para ver todo lo que tengo en mente. Cielos, toda una mañana regateando el precio. Me estoy convirtiendo en un agarrado o qué¿?????. Es que no soporto que me tomen por un rico europeo, ni por un turista idiota. Me voy muy enfadado y tengo que volver varias veces a ver si el dueño del barco ha “meditado” suficientemente… Nada, que me sigue tomando por idiota. Al final, un crío de esos que siempre encuentras, me saca del lío. A mi me da igual el tipo de barco que sea, así que me encuentra una “pinaza” de mercancías en la que “me pueden llevar a Tombuctú dentro de unos días”. Perfecto, eso lo que quiero.
El mercado de Mopti es increíble, un océano de color, por las ropas de las mujeres. Me encanta…En el rio todos se lavan después de un día de trabajo, y la ropa, las cabras, todo… Yo también lavo la ropa aunque con un resultado desastroso; creo que se me ensucia más pero por lo menos le quito el polvo. Vaya pinta de guarro que llevo, pero así no me toman por un europeo rico. Ya necesito muchas cosas que se me han terminado pero no sé cuando voy a ser capaz de comprarlas.
Quiero ir a Djenné que está a unas horas de Mopti. Alquilo un coche con unas chicas suizas que están también en mi hotel. El coche parece una pieza de coleccionista de chatarra. ¿Eso va a andar?. El chofer va incluido en el precio porque no me veo conduciendo un “aparato” así. Si pasábamos por un charco entraba agua por abajo, las ventanillas suben y bajan como en un coche fantasma. Una de las chicas suizas no para de sonreir y de dar caramelos a los niños, y quiere fotografiar a todo y todos, provocando lios cada dos pasos. Mientras salimos del décimo lío en que nos ha metido, la miro sonriendo, mientras me la imagino en una cazuela cocinada por salvajes antropófagos; si supiera lo que estoy pensando. Ahora está intentando enseñarle al coger algunas palabras en inglés, y el individuo la mira a ella más que a la carretera. Nos la vamos a pegar…
Según los datos que me habían dicho de Mopti a Djenné se tardaba dos horas, nosotros tardamos el doble, como siempre. Nada más llegar, aparecen un montón de crios que te quieren enseñar la ciudad. Yo, desde Marruecos, me he dado cuenta de que vienen muy bien, aunque a veces te gustaría estar solo. Aquí, todos se llaman “Gogo”. Pues hala, me “hago” con un “Gogo” y les digo a las suizas que nos vemos dentro de tres horas: la suiza “simpática” ya está bailando en medio de un mercado… puaf. Mi Gogo lleva una camiseta blanca o que un día fue blanca, rota por mil sitio, en donde ha pintado “Raúl”. Caramba, ese es un jugador del Real Madrid. Me dice que es su equipo y que cuando sea mayor quiere irse a jugar al futbol a Europa. Me lo decía tan seguro que es co o si ya tuviese ofertas de varios sitios y le costara decidirse.
Djenné es auténticamente una maravilla mágica, como una ciudad hecha de chocolate, o al menos en eso pensé yo. Por cierto, ¿cuánto hace que no como chocolate?. ¿Será que estoy teniendo un espejismo?. Toda una ciudad de adobe, con gruesos muros, y formas redondeadas, geométricas… la mezquita es puro Gaudí. Ahora sólo pueden pasar por dentro los musulmanes, qué lástima sentí. Está en un estado perfecto, como recién hecha para ponerle la velita del cumpleaños encima. Gogo me cuenta que todos los años, en abril, todo el pueblo trae arena y agua del rio para mezclarlo con paja, y así vuelven a cubrir enteramente la mezquita. Así todos los años, para que no estropee.
Se escucha la llamada del muecín y me meto por calles estrechas, por un laberinto que sale desde la mezquita. El calor era tremendo, así que me alegro de estar por sombras en estas calles. Una ciudad increíble, preciosa, un sitio donde tienes la sensación de estar en un lugar muy antiguo al que tú también perteneces aunque sea por unas horas.
De vuelta en Mopti busco quien me puede llevar a conocer el país Fogón. Hay que alquilar otro coche, esta vez con holandesas y un australiano. Las holandesas apenas hablan y el australiano es hiperactivo y no para de moverse; si tuviese un sitio para el sólo no me importaría, pero cada vez que lo hace, yo me clavo los hierros de mi asiento. Uffffff. Vamos por una zona casi desnuda de vegetación, con extrañas rocas erosionadas por el viento; a veces, me recuerda el lejano oeste y las películas de John Ford. Empezamos a ver los primeros poblados Dogón, pero los mejores están por venir. Son unos poblados increíbles, llenos de simbolismo, donde cada casa ocupa su lugar por una causa. Hay una casa para las mujeres, que es un gran edificio circular que está a las afueras del pueblo. Cuando tienen el período se aíslan en ella durante cinco días…. caramba.
Hacemos dos días de trekking entre los poblados. Llegamos hasta un cañón que lleva al borde de un acantilado. Los pueblos más espectaculares están debajo de enormes paredes de roca; allí están como protegiéndose. Al estar tan aislados, son de los pueblos que mejor han conservado sus costumbres, aunque ahora llegan cientos de turistas.. como yo, y eso será bueno y malo. Tienen una pequeña influencia del islám, pero también una religión muy antigua basada en símbolos. Actualmente, hay cientos de estudiosos occidentales que intentan comprender dichos símbolos. Yo no lo intento, sólo me dejo llevar por lo increíble de este sitio.
Esta gente vive sobre todo de la agricultura, del mijo, que se pone a secar en los tejados, y después se guarda en graneros hasta la siguiente cosecha. Cada día hay mercado en un pueblo distinto. A veces. Vamos andando hasta que aparece una muralla de rocas delante, y nos decimos “¿Y ahora qué?. ¿por dónde pasamos?”, hasta que mirando mejor, vemos escaleras de madera entre las paredes increíbles. Quien conozca los poblados de Mesa Verde en Estados Unidos, es muy similar en muchas cosas, excepto que aquí la vida continúa casi igual que hace siglos y siglos, y en Estados Unidos son restos arqueológicos. Esa es la gran diferencia.
Me habría gustado quedarme mucho más tiempo allí y visitar en profundidad toda la zona, y todos los pueblos, pero el barco me espera, y me da miedo perderlo con lo que me costó encontrarlo. Otro sitio más que me gustaría volver a ver, y perderme una temporada larga. Esto es terrible, en vez de quitar cruces de mi ya larga lista, no hago sino poner nuevas, más y más… y si me dejo una zona sin ver, sueño con ella de noche. Es como si estuviera enganchado a una droga que se llama viajar y viajar. Y cada sitio que veo me parece mágico, excepto las grandes ciudades a las que me cuesta encontrar el encanto, aunque también lo tienen como el mercado de Mopti y un sitio que he descubierto al lado del río, desde donde se ve una puesta genial de sol. Todo tiene su magia, sólo hay que saber buscar.
Como me imaginaba, la pinaza no ha salido todavía, y aún tengo que esperar un día más para volver a salir. Esta vez es como una canoa grande y vamos muchos menos, sólo somos nueve. El río se vuelve diferente en cierta manera, como más perezoso, se ensancha, se llena de islas, de canales donde no me atrevería meterme y que son auténticos laberintos. Ahora no tiene ninguna prisa por llegar al mar. Como casi no hay desnivel, a veces no sabes si vas o vienes.
Durante el día el sol pega a base de bien, así que todos dormitamos a la sombra del toldo; a veces corre una brisa que es una bendición. En cambio cuando empieza a caer el sol, todo el mundo revive de nuevo y empiezan a aparecer cientos de aves y otros animales que se acercan a la orilla a beber. Navegamos hasta que el capitán encuentra un lugar seguro y agradable para dormir y ahí monto mi tienda. Al despertar la desmonto, desayuno algo de lo que compré en Mopti y me preparo para ver lo que ese día me tiene preparado el río: vas viendo preciosas mezquitas de adobe, hablas con la gente de barco, duermes la siesta, ves y vives un poco la vida del río, los niños juegan y se bañan y me gritan, las mujeres lavan la ropa en la orilla esas telas de miles de colores, los hombres pescan, las cabras y otros animales andan sueltos por todos lados, comiendo lo que encuentran (a mi ya me han birlado la comida más de una vez). Me imagino que la vida en este río no ha cambiado desde hace siglos, todo sigue igual. Cada aldea por la que pasas pertenece a una etnia diferente, con diferentes idiomas, peinados, costumbres por supuesto… abro los ojos lo más que puedo para no perderme nada, porque las imágenes son constantes; todo es un mundo nuevo para mi, no podría estar más asombrado si aterrizase de repente en la luna.
Llegamos a Youvarou que es una gran población que está a mitad de camino. Tenemos que esperar a que lleguen unos sacos de arroz. No sirve de nada desesperarse, así que me voy a dar una vuelta. Babá, uno de los amigos que he hecho en el barco y que trabaja en él, me dice que le siga y me lleva hasta una casa de adobe como las demás. Allí varios viejos toman té. Como siempre me recibieron muy amables y me ofrecieron té. Me contaron historias del río, de los “genios” que viven en él. Babá me traduce en inglés lo que ellos dicen, y me cuenta que uno de ellos es un chamán que mediante la utilización de plantas se puede poner en contacto con los genios. Yo le miro con la boca abierta y empiezan a darme calambres en el estómago de la emoción. Todos hablaban muy lentamente, a veces se hacían silencios de minutos, pero sin dar sensación de vacío, sino de paz; dos mujeres entraban de vez en cuando para traer más té. Estuvimos allí casi seis horas, hasta que Babá y yo nos acordamos del arroz y volvimos al mundo de la realidad. Salimos corriendo hacia el barco pero NADA… el arroz todavía no había llegado. Un día entero le estuvimos esperando, pero no me importó en absoluto, todavía estaba como encantado con la visita que habíamos hecho: creo que realmente estaban en contacto con los “genios” del río y desde entonces cuando lo miraba en la oscuridad, no paraban de darme escalofríos, uhmmmm. ¿Tendrá nuestro Manzanares también algún tipo de genios?. ¿Aunque sean más pequeñitos y beban vino de Rioja?.
Desde ese día Babá y yo nos veíamos de forma diferente, ahora éramos como cómplices. Me contaba historias y me decía que todavía tenían que pasar muchos años antes de que se murieran, “porque mientras la gente crea seguirán vivos”. Ellos eran los dueños del río y si se enfadan mandan grandes vientos para volcar las pinazas. Cielos, espero que nadie haga nada para enfadarlos pero la última noche antes de llegar a Tombuctú si que tuvimos un temporal de agua y arena que no nos dejó llegar hasta ninguna aldea. A las tres de la tarde, Babá me dijo con voz sabia: “Pronto tendremos mejor tiempo”. (Teníamos 50 grados y un cielo azul completamente libre de nubes). Pensé para mi: “Otro genio “habemus””.
Por fin llegamos a Tombuctú, bueno cerca. A Kabara, un puerto a 10 kms. de la ciudad, porque Tombuctú no está en el río. Antes, en la época de lluvias estaban unidas por canales, pero desde hace años por la sequía, cada vez está más aislada.
Estoy alojado en un hotel con ducha, wawwww… El cuarto es pequeño y caluroso, pero la ducha vale por todo. Al principio el agua salía de un color marrón que me tenía bastante preocupado, pero cuando salió del color apropiado me di una ducha de las que se recuerdan en mucho tiempo. Luego caí en la cama y dormí ¿12 horas? Seguidas.
Llevó aquí sentado escribiendo esto otras cuantas horas, que espero agradezcáis en su justa medida y ahora me voy a descubrir la ciudad de una vez por todas. Sigo lo antes posible…
martes, 4 de septiembre de 2007
Guinea Bissau, y la aventura sigue.
Ya estoy aquí de nuevo. Sé que parece como si hubiesen pasado años desde la última vez que pude escribiros algo y que alguno está un poco “histérico”, pero esta vez prometo que la culpa no es mía; no se parece a cuando no enciendo el móvil y todos me gritáis. La mayoría de las veces, paso por sitios donde no hay electricidad y si encuentro un teléfono ya me considero afortunado y me siento como si estuviera en Nueva York. Todo esto para decir que no quiero oir ni una queja, ni un insulto, ni, ni…. Vale, vale, ya empiezo de una vez.
En estos momentos estoy en Mali; en una ciudad bastante horrorosa que se llama Bamako, y que es la puerta de mi viaje por el Níger. Estoy esperando a que salga una especie de barco, pero no se sabe exactamente cuándo va a salir. Si pregunto algo, me dicen: “maybe”. Así que todos los días yo pregunto lo mismo y espero. A lo mejor mañana llego con mi mochila y me voy, y a lo mejor puedo volver a escribiros lo cual querrá decir que sigo en Bamako. Si esto me hubiera ocurrido hace dos meses, ahora estaría al bordo de la crisis nerviosa, pero chicos… ya soy casi africano. Hasta el color de piel creo que me está cambiando, aunque empiezo a necesitar crema hidratante desesperadamente y mi pelo, bueno, digamos que está distinto…
Voy a volver atrás en el tiempo o me temo que no vais a entender nada. De Marruecos no tuve más remedio que coger un avión a Senegal para desde allí seguir por carretera hasta Bissau. Desde Marrakésh no había aviones a Bissau y tenía que ir a Casablanca o Rabat. Total que me dije, ¿por qué no?. En Dakar tuve suerte y pude coger rápidamente (ahora lo sé) hacia Kaolak una especie de autobús. El paisaje era maravilloso, pero cansado. Las filas estaban tan cerca unas de otras que mis piernas no cabían y tenía que llevarlas en el pasillo; el problema es que el pasillo era como un mercado ambulante y la gente no paraba de hablar de lado a lado del autobús y ¿de comprar y vender cosas?. O eso parecía. Cada vez que parábamos en un poblado, subía un montón de gente que empezaba a vender sus productos a gritos, desde gafas de sol a cacahuetes y huevos duros. Iban de un lado al otro del autobús gritando y en medio mis piernas. ¡Cielos, qué pesadilla!!!!!. Y eso ocurría en todos los poblados.
En Kaolak tuve que coger hasta dos autobuses más hasta que por fin llegamos a la frontera. Ah, los autobuses aquellos paraban siempre que alguien quería o cuando alguien, desde cualquier sitio, hacía una seña desde la carretera. Así que imaginad lo que tardamos. Yo estaba algo nervioso ante la idea de llegar a la frontera, pues aunque llevaba visado, siempre está la literatura que dice que en África vas a tener problemas por todos lados y sobre todo ante policías. Todos nos bajamos del autobús y pasamos andando la frontera. Yo hice los trámites en menos de cinco minutos y de repente ya estaba en Guinea Bissau. Waw, había llegado por fin. En una media hora ya estábamos todos otra vez en el super-autobús de camino a Bissau, la ciudad más grande del país. Luego me enteré que en la frontera con Senegal hay movimiento de guerrillas y bandoleros, etc, etc…Pues a mi me pareció una frontera de lo más tranquila y rápida.
En Bissau no me fue difícil encontrar un hotelito más o menos limpio, aunque sin aire acondicionado, porque hay más turismo del que yo creía que me iba a encontrar. Desde allí contraté una piragua a motor que en tres horas me llevó al archipiélago de las Islas Bissagos, donde pasé unos días increíbles. Unas playas de fina arena y unas islas que son como una gigantesca fábrica de organismos vivos de todo tipo; están llenas de canales con una vegetación gigante que alimenta a cientos, miles de animales. Vi de todo; hay islas donde desovan tortugas (aunque no era la época del desove, pero vi algunas gigantes), hay cientos de hipopótamos, delfines, tiburones (que me tenían un poco preocupado cuando nadaba), todo tipo de aves… un auténtico paraíso.
Cada isla era una maravilla por si sola y el estar allí rodeado de todo, con mi mochila y diciendo ¿qué veo primero?. Y eso hice, me dejé llevar. Que alguien me decía que en tal isla podía nadar con delfines y que si quería me llevaba, aunque “tienes que esperar a que pesquemos algo” yo me desmayaba de placer y les ayudaba a pescar, y así continuamente. Nunca he conocido a gente tan increíble; los niños, de acuerdo, son así en todas partes, pero los adultos parecían que disfrutaban aún más que yo con que descubriese su país lo más profundamente posible.
También me encontré allí con algunos europeos que trabajan allí y quieren desarrollar el ecoturismo para ayudar a esta gente a encontrar más formas de ganarse la vida, pero yo les veo tan felices en general, que ojalá tarde mucho en que este paraíso cambie. Sin embargo es la historia de siempre, hay algunos hoteles y los dueños sueñan con ver cientos de turistas, y hasta de ampliar un aeropuerto de tierra donde hasta ahora sólo aterrizan pequeñas avionetas. Este aeropuerto si se hiciese más grande tendría que atravesar un bosque de ceibas y los jefes de la zona se niegan a talarlas, porque los árboles “son la morada de los espíritus”. Ese es el espíritu que reina allí. Ya podéis imaginar que yo me encontraba en mi paraíso particular, y creedme si os digo que me hubiera quedado mucho más tiempo allí, si no fuera porque salía un transporte (sería mucho llamarlo autobús) para Mali y si lo hubiese perdido, vete tú a saber cuando hubiese salido otro, pero me fui llorando, literalmente, con los ojos llenos de lágrimas.
Allí pasé también por 2 parques llenos de más islas maravillosas y aves. A veces pude dormir en algún hotel, pero la mayoría de las veces ponía mi tienda diminuta en algún sitio maravilloso y veía la puesta de sol sacando la cabeza de mi tienda, y viendo a veces a los hipopótamos o a los ibis. ¿No es difícil de creer que a veces me sentía tan feliz de estar viendo aquello que empezaba a sentir algo salado en la boca y que no era otra cosa que alguna lagrimilla de la que no había sido consciente?. Ya sabéis los que bien me conocéis que soy bastante impresionable y que considero que la naturaleza es lo más bello que esta vida nos puede ofrecer.
Lo único que echaba de menos es que alguno de vosotros hubiera estado conmigo en esos momentos, porque entonces ahora me podríais asegurar que no fue un sueño, y porque sé que a la mayoría de vosotros os habría gustado tanto como a mi y os habríais sentido igual. Jo, qué pena que Juan y Amalia me hubieran tenido que dejar en Marrakésh; habría dado cualquier cosa para que siguierais el viaje conmigo; ha sido maravilloso subir al Toubkal con vosotros. Por cierto, para los que no estabais allí, llegamos a la cumbre los tres agarrados de la mano. Qué pena que no hubiera nadie allí para hacernos la foto, ¿verdad?. Bueno, pero el champagne estaba bueno, ¿a qué si?.
Ah, tengo que decir que un día tuve un “pequeño” susto, y digo pequeño porque soy un inconsciente. Puse mi tienda, como siempre, cerca del agua y cuando ya estaba durmiendo oí un ruido muy raro, como una tos seca, no sé algo muy raro que no había oído en mi vida. Saqué la cabeza, apunté con mi frontal y no vi nada, así que vuelta a dormir. Volví a oir el ruido y me asusté un poco. Como cerca había un poblado donde me habían dicho que durmiera, decidí recoger mis cosas e irme para allá. Al día siguiente les conté lo que me había pasado y con toda tranquilidad me dicen: “Si, debía ser un cocodrilo. Hiciste bien en marcharte”. Me puse blanco y me juré que se acabó eso de dormir en cualquier sitio. Pero a los dos días me enseñaron una colina desde la que se veía un paisaje tan increíble que me dije que desde allí la puesta de sol tendría que ser alucinante y decidí quedarme; lo malo es que a la puesta de sol se nubló todo y se puso a llover como si fuese el fin del mundo, y yo metidito en mi tienda, y con un viento que parecía que la tienda me iba a abducir y llevarme a otro planeta. A veces salía de la tienda, para clavar más fuerte los hierros y poner piedras por todos lados… vaya nochecita.
Por cierto, es que allí es la estación de las lluvias (de mayo a octubre). Ah, y qué bien comí mientras estuve, pescado delicioso todos los días. Nada que ver a donde estoy ahora. Creo que me voy a volver a Bubaque, que es la ciudad desde la que salí para Mali. Si alguna vez me pierdo y no me encontráis, buscadme allí.
En estos momentos estoy en Mali; en una ciudad bastante horrorosa que se llama Bamako, y que es la puerta de mi viaje por el Níger. Estoy esperando a que salga una especie de barco, pero no se sabe exactamente cuándo va a salir. Si pregunto algo, me dicen: “maybe”. Así que todos los días yo pregunto lo mismo y espero. A lo mejor mañana llego con mi mochila y me voy, y a lo mejor puedo volver a escribiros lo cual querrá decir que sigo en Bamako. Si esto me hubiera ocurrido hace dos meses, ahora estaría al bordo de la crisis nerviosa, pero chicos… ya soy casi africano. Hasta el color de piel creo que me está cambiando, aunque empiezo a necesitar crema hidratante desesperadamente y mi pelo, bueno, digamos que está distinto…
Voy a volver atrás en el tiempo o me temo que no vais a entender nada. De Marruecos no tuve más remedio que coger un avión a Senegal para desde allí seguir por carretera hasta Bissau. Desde Marrakésh no había aviones a Bissau y tenía que ir a Casablanca o Rabat. Total que me dije, ¿por qué no?. En Dakar tuve suerte y pude coger rápidamente (ahora lo sé) hacia Kaolak una especie de autobús. El paisaje era maravilloso, pero cansado. Las filas estaban tan cerca unas de otras que mis piernas no cabían y tenía que llevarlas en el pasillo; el problema es que el pasillo era como un mercado ambulante y la gente no paraba de hablar de lado a lado del autobús y ¿de comprar y vender cosas?. O eso parecía. Cada vez que parábamos en un poblado, subía un montón de gente que empezaba a vender sus productos a gritos, desde gafas de sol a cacahuetes y huevos duros. Iban de un lado al otro del autobús gritando y en medio mis piernas. ¡Cielos, qué pesadilla!!!!!. Y eso ocurría en todos los poblados.
En Kaolak tuve que coger hasta dos autobuses más hasta que por fin llegamos a la frontera. Ah, los autobuses aquellos paraban siempre que alguien quería o cuando alguien, desde cualquier sitio, hacía una seña desde la carretera. Así que imaginad lo que tardamos. Yo estaba algo nervioso ante la idea de llegar a la frontera, pues aunque llevaba visado, siempre está la literatura que dice que en África vas a tener problemas por todos lados y sobre todo ante policías. Todos nos bajamos del autobús y pasamos andando la frontera. Yo hice los trámites en menos de cinco minutos y de repente ya estaba en Guinea Bissau. Waw, había llegado por fin. En una media hora ya estábamos todos otra vez en el super-autobús de camino a Bissau, la ciudad más grande del país. Luego me enteré que en la frontera con Senegal hay movimiento de guerrillas y bandoleros, etc, etc…Pues a mi me pareció una frontera de lo más tranquila y rápida.
En Bissau no me fue difícil encontrar un hotelito más o menos limpio, aunque sin aire acondicionado, porque hay más turismo del que yo creía que me iba a encontrar. Desde allí contraté una piragua a motor que en tres horas me llevó al archipiélago de las Islas Bissagos, donde pasé unos días increíbles. Unas playas de fina arena y unas islas que son como una gigantesca fábrica de organismos vivos de todo tipo; están llenas de canales con una vegetación gigante que alimenta a cientos, miles de animales. Vi de todo; hay islas donde desovan tortugas (aunque no era la época del desove, pero vi algunas gigantes), hay cientos de hipopótamos, delfines, tiburones (que me tenían un poco preocupado cuando nadaba), todo tipo de aves… un auténtico paraíso.
Cada isla era una maravilla por si sola y el estar allí rodeado de todo, con mi mochila y diciendo ¿qué veo primero?. Y eso hice, me dejé llevar. Que alguien me decía que en tal isla podía nadar con delfines y que si quería me llevaba, aunque “tienes que esperar a que pesquemos algo” yo me desmayaba de placer y les ayudaba a pescar, y así continuamente. Nunca he conocido a gente tan increíble; los niños, de acuerdo, son así en todas partes, pero los adultos parecían que disfrutaban aún más que yo con que descubriese su país lo más profundamente posible.
También me encontré allí con algunos europeos que trabajan allí y quieren desarrollar el ecoturismo para ayudar a esta gente a encontrar más formas de ganarse la vida, pero yo les veo tan felices en general, que ojalá tarde mucho en que este paraíso cambie. Sin embargo es la historia de siempre, hay algunos hoteles y los dueños sueñan con ver cientos de turistas, y hasta de ampliar un aeropuerto de tierra donde hasta ahora sólo aterrizan pequeñas avionetas. Este aeropuerto si se hiciese más grande tendría que atravesar un bosque de ceibas y los jefes de la zona se niegan a talarlas, porque los árboles “son la morada de los espíritus”. Ese es el espíritu que reina allí. Ya podéis imaginar que yo me encontraba en mi paraíso particular, y creedme si os digo que me hubiera quedado mucho más tiempo allí, si no fuera porque salía un transporte (sería mucho llamarlo autobús) para Mali y si lo hubiese perdido, vete tú a saber cuando hubiese salido otro, pero me fui llorando, literalmente, con los ojos llenos de lágrimas.
Allí pasé también por 2 parques llenos de más islas maravillosas y aves. A veces pude dormir en algún hotel, pero la mayoría de las veces ponía mi tienda diminuta en algún sitio maravilloso y veía la puesta de sol sacando la cabeza de mi tienda, y viendo a veces a los hipopótamos o a los ibis. ¿No es difícil de creer que a veces me sentía tan feliz de estar viendo aquello que empezaba a sentir algo salado en la boca y que no era otra cosa que alguna lagrimilla de la que no había sido consciente?. Ya sabéis los que bien me conocéis que soy bastante impresionable y que considero que la naturaleza es lo más bello que esta vida nos puede ofrecer.
Lo único que echaba de menos es que alguno de vosotros hubiera estado conmigo en esos momentos, porque entonces ahora me podríais asegurar que no fue un sueño, y porque sé que a la mayoría de vosotros os habría gustado tanto como a mi y os habríais sentido igual. Jo, qué pena que Juan y Amalia me hubieran tenido que dejar en Marrakésh; habría dado cualquier cosa para que siguierais el viaje conmigo; ha sido maravilloso subir al Toubkal con vosotros. Por cierto, para los que no estabais allí, llegamos a la cumbre los tres agarrados de la mano. Qué pena que no hubiera nadie allí para hacernos la foto, ¿verdad?. Bueno, pero el champagne estaba bueno, ¿a qué si?.
Ah, tengo que decir que un día tuve un “pequeño” susto, y digo pequeño porque soy un inconsciente. Puse mi tienda, como siempre, cerca del agua y cuando ya estaba durmiendo oí un ruido muy raro, como una tos seca, no sé algo muy raro que no había oído en mi vida. Saqué la cabeza, apunté con mi frontal y no vi nada, así que vuelta a dormir. Volví a oir el ruido y me asusté un poco. Como cerca había un poblado donde me habían dicho que durmiera, decidí recoger mis cosas e irme para allá. Al día siguiente les conté lo que me había pasado y con toda tranquilidad me dicen: “Si, debía ser un cocodrilo. Hiciste bien en marcharte”. Me puse blanco y me juré que se acabó eso de dormir en cualquier sitio. Pero a los dos días me enseñaron una colina desde la que se veía un paisaje tan increíble que me dije que desde allí la puesta de sol tendría que ser alucinante y decidí quedarme; lo malo es que a la puesta de sol se nubló todo y se puso a llover como si fuese el fin del mundo, y yo metidito en mi tienda, y con un viento que parecía que la tienda me iba a abducir y llevarme a otro planeta. A veces salía de la tienda, para clavar más fuerte los hierros y poner piedras por todos lados… vaya nochecita.
Por cierto, es que allí es la estación de las lluvias (de mayo a octubre). Ah, y qué bien comí mientras estuve, pescado delicioso todos los días. Nada que ver a donde estoy ahora. Creo que me voy a volver a Bubaque, que es la ciudad desde la que salí para Mali. Si alguna vez me pierdo y no me encontráis, buscadme allí.
jueves, 16 de agosto de 2007
Por el sur de Marruecos
Parecen que han pasado años desde la última vez que pude acceder a internet, y me hubiera gustado contestaros a todos uno por uno, porque cada uno tenéis una pregunta diferente para hacerme, pero de verdad que es imposible. Es como si el tiempo se hubiera convertido en oro por un lado y arena que se resbala por los dedos, por otro lado, siempre corriendo, corriendo…
Ya he terminado mi viaje por Marruecos, y mañana cojo un avión hacia Senegal para seguir en autobús desde allí. Ayer, despedí a Juan y a Amalia que me han acompañado estos últimos 15 días por el sur de Marruecos, y desde ahora sigo solo a no ser que alguno de vosotros se atreva a acompañarme otro tramo del viaje en otra parte del globo. Yo estaría encantado.
Marruecos me ha gustado mucho, me ha sorprendido en miles de ocasiones, y me resultaba difícil de creer que un país así sea nuestro vecino, sólo a unos pocos kms. de distancia. La gente de allí tiene poco que ver con los inmigrantes que llegan a España y a los que apenas vemos, aunque sean casi un millón. En Marruecos te encuentras a gente que son lo peor y que intentan timarte hasta el bocadillo que te estás tomando, hasta los que te invitan a su casa nada más conocerte sin esperar nada a cambio; cuando me veían poner mi tienda de campaña se me acercaba gente para que durmiese en sus terrazas y cenara con ellos. Son así especialmente los bereberes; nada que ver con el norte donde siempre te dicen que si a todo, y luego hacen lo que quieren; pero, en el sur, y especialmente, en los pueblos que picotean las montañas de 4.000 metros del Atlas, son amables y siempre dispuestos a ayudarte. Las chicas jóvenes son muy guapas, con unos ojos negros enormes, pero al llegar a una edad, ya es difícil verles los ojos. Los hombres envejecen ràpido y es difícil decir si un hombre tiene 30 años, 40 ó incluso 50.
Pero, es que la vida en el Atlas tiene pinta de ser difícil. Los pueblos no tienen luz y por tanto no ves en los tejados los cientos de antenas parabólicas que ves en las otras partes de Marruecos. Sin embargo, los pequeños pueblos han sabido crear verdaderos jardines alrededor de sus pueblos con el poco agua que tienen en verano, llevando esa agua por acequias. En primavera, sin embargo, se distinguen unos cauces anchísimos en el rio, que en verano está seco, pero que con el deshielo debe dar miedo caerte allí.
Más vale que escriba con un poco de orden para que os enteréis de algo, así que empiezo por el principio. Fui a buscar a Juan al aeropuerto de Marrakésh y me encontré con que Amalia había decidido acompañarnos de repente. Me alegré mucho de verla a ella también y al día siguiente todavía más, porque si hubieran estado solo cuando Juan se cayó, todo habría sido más ….. uhgggggg. Pero sigo…
Las cosas empezaron a torcerse desde el primer momento, porque a Juan no le llegó la mochila. ¡¡¡¡Gracias Iberia, una vez más!!!!!!!. La suerte fue que llevaba las botas puestas, y con mi ropa nos apañamos los dos. Sólo tuvo que comprar un saco de dormir; supongo que el único que había en Marrakésh, porque el tipo se lo vendió a precio español, yh no valió de nada regatear y regatear, salir tres veces de la tienda y volver a entrar… el tipo vio la desesperación en nuestros ojos. Al final, entré yo solo y me llevé el saco, porque veía que no nos íbamos en la vida de allí. Habíamos alquilado un coche con chofer para que nos llevara a Oukaimeden, desde donde ya saldríamos andando hacia la cima del toubkal. En el camino nos paramos en un rio que estaba lleno de chiringuitos y gente bañándose entre las rocas; Juan dijo que se estaba mareando, se apartó un momento de nosotros y al momento oímos un ruido de cabeza que se da contra el suelo, y justo, SE HABÍA DESMAYADO COMPLETAMENTE. Estaba en el suelo inconsciente. Los dos empezamos a darle aire y echarle agua poco a poco por encima, hasta que se fue despertando. Como he dicho antes, gracias que no estaba yo solo. Le llevamos casi a rastras hasta un sitio fresco que tenía una alfombra en el suelo y ahí estuvo un par de horas, hasta que se recuperó excepto por el dolor de cuerpo y los cardenales que tenía por la espalda, el cuello y una brecha en la cabeza. Todos suponemos que fue un corte de digestión por el estréss de la maleta, y el calor que hacía ese día en Marrakésh (sobre 50 grados). Esa noche tuvo que tomarse calmantes para los dolores pero al día siguiente ya estaba casi bien. Creo que el ver las montañas le curó de todos sus males.
A partir de Oukaimeden, empezamos a recorrer las montañas, pasando por pueblecitos bereberes, de color tierra, donde a veces nos paramos a tomar té en cualquier casa bereber. También dormimos en las terrazas de cualquier casa bereber medianamente preparada para turistas (poca cosa). Pones una colchoneta en el suelo, te metes en tu caso, y te pones a ver estrellas, que allí como no hay luz que moleste, se ven de maravilla… luego sale la luna, se van las estrellas y se recortan las montañas a lo lejos en un fondo negro gigantesco y tú estás en medio de todo eso sin poderte creer lo bonito que puede llegar a ser un cielo estrellado.
Así llegamos, andando, hasta Imlil, que es el pueblo más grande, desde el que parte la gente para subir al Toubkal. Allí quise meterme a internet, pero las conexiones eran lentísimas y me desesperé. Así que hice unas cuantas llamadas de teléfono en su lugar. Para los que tengáis dudas, estoy llamando mucho a casa; estoy asombrado de mi mismo.
Al día siguiente, desde Imlil, empezamos a subir para llegar al refugio que está a los pies del Toubkal. Casi 1.400 metros de desnivel por valles ahora muy secos, pero que en primavera deben de ser una delicia. Aún así hay sitios por donde el rio hace cascadas y pequeñas pozas, donde te puedes bañar y refrescar. Una verdadera delicia. Además, de vez en cuando hay pequeños kioskos donde venden coca-colas y otras bebidas.
El refugio es un edifico de piedra muy parecido a los refugios de montaña de Europa; allí pudimos comprar comida y bebidas, pero decidimos dormir en tienda de campaña. Esa noche el cielo estaba increíble; se veía incluso la Via láctea. Nos dieron ganas de dormir fuera de la tienda, pero hacía demasiado frio. Al día siguiente, nos levantamos prontito y paaaa riba…. (para arriba, en cristiano). Con un desnivel de 1.000 metros, el Toubkal, es realmente facil de subir. No tiene nada técnicamente complicado y por donde nosotros subimos, sólo era cuestión de poner un pie detrás de otro. Al llegar a los 4.000 metros aparecía la arista final, y si te asomabas, desde allí se podía ver la otra vertiente del valle de Tifni. Ya sólo quedaba seguir la arista con cuidado, porque había una caída bastante alucinante a un lado, y sin complicaciones llegabas a la cumbre. La vista desde allí era fantástica, aunque la luz no era muy buena para hacer fotos. Aún así nos hicimos unas cuantas con un grupo de españoles que llegaron al mismo tiempo que nosotros. Cuando ellos se fueron, llegó una familia de franceses con CHAMPAGNE. Nosotros les veíamos tomarse el champagne con una carita tal de tristeza que no debieron poder soportarlo más y nos invitaron a una copita y allí mismo les juramos amistad eterna para siempre. Ya sólo nos quedaba volver a bajar y dormir de nuevo en nuestra tienda de campaña. A la mañana siguiente, recogimos nuestros bártulos y nos fuimos descendiendo hacia el lago Ifni, a unos 1.300 metros más abajo. Me encantó el recorrido. Pasamos por desfiladeros hasta llegar a la misma orilla del lago, donde plantamos nuestra tiendecita. Ese día nos bañamos en el lago y por la noche, decidimos dormir con nuestros sacos al airte libre viendo más estrellas. Hicimos un círculo con nuestras mochilas y la tienda y nos pusimos los tres juntitos con Amalia en medio. A la hora de acostarnos empezó a soplar un viento que acabó en huracán y que incluso se llevó alguna tienda que no estuviera muy bien clavada. Nosotros aguantamos como pudimos, siempre a punto de salir volando, pero menuda experiencia; eso si, dormir, lo que se dice dormir, no es que durmiéramos mucho.
Al día siguiente, seguimos andando hasta Amsouzart, donde dormimos en una casa bereber muy básica, pero donde yo dormí como nunca desde que había salido de viaje. El cansancio empezaba a pasar factura. Allí no recogió un chofer con un 4x4 que habíamos alquilado, para hacer la segunda parte del viaje. La zona más desértica de las khasbas, casi llegando a la frontera con Argelia. Aquí las poblaciones bereberes no tienen nada que ver con los pueblecitos del Atlas. Son auténticas fortalezas de adobe; algunos se parecen a nuestros castillos medievales. Las hay preciosas, con tiendas por dentro para turistas, en mitad de un terrenal desértico. Nosotros vimos algunas de estas, pero también nos metimos en pueblos-khasbas para ver que había dentro y como vivía realmente la gente. Al principio no nos atrevíamos demasiado, pero finalmente resultó una experiencia increíble para los tres. Salimos de allí como flotando. Eso si que era entrar en la máquina del tiempo. Normalmente, hay una puerta muy grande y decorada, donde suelen estar sentados 3 ó 4 viejos del pueblo, a los que les pedíamos permiso para pasar. Dentro las calles se estrechaban y se oscurecían, con lo cual el calor del exterior desaparecía. Un chico nos dejó subir a una de las casas, donde los cuartitos eran diminutos y en uno estaba el horno que ocupaba media habitación. Supongo que era un horno para unas cuantas familias. Las calles son auténticos laberintos de donde salen niños de todas partes, y mujeres que asomaban las cabezas por las puertas mirándonos con curiosidad; pero todo el mundo era simpático y nadie nos puso mala cara, aunque en cierta forma estábamos invadiendo su intimidad. Imaginad que a vuestro pueblo hubiesen llegado unos cuantos alemanes con los ojos como platos mirando como vivíais. Eso si, nada de fotos, aunque para mi era una auténtica tortura. Vaya fotos de retratos que se pueden hacer en este país si se dejaran, pero todo el mundo le tiene verdadera fobia a la cámara. Aún así he hecho fotos a la gente, pero desde lejos.
Ya en el todo terreno, seguimos hasta Merzouga, donde están las dunas de Erg Chebi. Esa noche, para variar, dormimos en un hotelito precioso al pie de las dunas. Por la mañana a las cinco salimos a ver la salida del sol. Increíblemente, había llovido el día anterior sobre las dunas (supongo que la primera vez en todo el año) y estaba un poco nublado. No fue una salida de sol espectacular, aunque estuvo bien, sobre todo por el cielo que se puso a continuación y por el tono rojizo de la arena. Por cierto, el clima desde que habíamos salido de Marrakésh genial; un calor muy soportable. Yo tenía bastante miedo por lo que se nos venía encima, pero no.
Seguimos viaje hasta las Gargantas del Todra, donde hicimos una marcha por el palmeral de la ciudad, con un cielo maravilloso y la mejor luz desde que estaba en Marruecos. La gente trabajando sus huertos, las mujeres lavando la ropa, etc, etc… Una maravilla. Por cierto, ya somos unos expertos los tres en eso de lavar la ropa en el rio; el primer día, cuando lavábamos algo, al momento se nos ensuciaba más de barro, hasta que un chico nos trajo un cubo de agua, que es lo ideal para aclarar la ropa. Cuando llegue a casa, a quien quiera le doy unas lecciones en el Manzanares. Dormimos en otro hotel en medio de la Garganta, en la zona más profunda, y al día siguiente nos fuimos hacia el Valle del Dadés; un sitio precioso entre montañas y más khasbas.
Al día siguiente ya sólo nos quedaba volver a Marrakésh; casi 350 kms de ruta. Los últimos kms. se hacen por una carretera maravillosa que atraviesa de nuevo el Atlas y los cruza por la mitad en el paso de Tizi´n Tichka. Llegamos por la noche.
Esta vez cogimos un hotel fuera de la medina de Marrakésh, en la zona moderna. Era como estar en la Castellana de Madrid: todo hoteles de lo mejor de la ciudad, Pizza Hat, discotecas y toda la cerveza que querías. Me alegro mucho de haber visto esa parte de la ciudad que nada tiene que ver con lo que hay dentro de la Medina. Supongo que eso es Marruecos, dos o tres mundos en un mundo país; un mundo que se quiere abrir a occidente o quiere imitarnos, con lo que eso tiene de bueno y malo, y un mundo que se aferra al pasado o al medievo, con lo que eso también tiene de bueno y malo.
En resumen, hay cosas de Marruecos que me han encantado y otras que no, pero realmente es un país increíble y lleno de sorpresas, con sitios preciosos. Desde luego, lo que prometo es que es un país que si lo visitáis no os va a dejar indiferentes a nadie.
Juan se ha llevado mi cámara de fotos con tres tarjetas de 1 Gb llenas; le he dicho a Silvia que me mande algunas a mi correo, pero me temo que algunos de vosotros las vais a poder ver antes que yo. No sé cuando me podré meter otra vez en internet, pero intentaré hacerlo lo antes posible. Hasta entonces, un saludo a todos
Ya he terminado mi viaje por Marruecos, y mañana cojo un avión hacia Senegal para seguir en autobús desde allí. Ayer, despedí a Juan y a Amalia que me han acompañado estos últimos 15 días por el sur de Marruecos, y desde ahora sigo solo a no ser que alguno de vosotros se atreva a acompañarme otro tramo del viaje en otra parte del globo. Yo estaría encantado.
Marruecos me ha gustado mucho, me ha sorprendido en miles de ocasiones, y me resultaba difícil de creer que un país así sea nuestro vecino, sólo a unos pocos kms. de distancia. La gente de allí tiene poco que ver con los inmigrantes que llegan a España y a los que apenas vemos, aunque sean casi un millón. En Marruecos te encuentras a gente que son lo peor y que intentan timarte hasta el bocadillo que te estás tomando, hasta los que te invitan a su casa nada más conocerte sin esperar nada a cambio; cuando me veían poner mi tienda de campaña se me acercaba gente para que durmiese en sus terrazas y cenara con ellos. Son así especialmente los bereberes; nada que ver con el norte donde siempre te dicen que si a todo, y luego hacen lo que quieren; pero, en el sur, y especialmente, en los pueblos que picotean las montañas de 4.000 metros del Atlas, son amables y siempre dispuestos a ayudarte. Las chicas jóvenes son muy guapas, con unos ojos negros enormes, pero al llegar a una edad, ya es difícil verles los ojos. Los hombres envejecen ràpido y es difícil decir si un hombre tiene 30 años, 40 ó incluso 50.
Pero, es que la vida en el Atlas tiene pinta de ser difícil. Los pueblos no tienen luz y por tanto no ves en los tejados los cientos de antenas parabólicas que ves en las otras partes de Marruecos. Sin embargo, los pequeños pueblos han sabido crear verdaderos jardines alrededor de sus pueblos con el poco agua que tienen en verano, llevando esa agua por acequias. En primavera, sin embargo, se distinguen unos cauces anchísimos en el rio, que en verano está seco, pero que con el deshielo debe dar miedo caerte allí.
Más vale que escriba con un poco de orden para que os enteréis de algo, así que empiezo por el principio. Fui a buscar a Juan al aeropuerto de Marrakésh y me encontré con que Amalia había decidido acompañarnos de repente. Me alegré mucho de verla a ella también y al día siguiente todavía más, porque si hubieran estado solo cuando Juan se cayó, todo habría sido más ….. uhgggggg. Pero sigo…
Las cosas empezaron a torcerse desde el primer momento, porque a Juan no le llegó la mochila. ¡¡¡¡Gracias Iberia, una vez más!!!!!!!. La suerte fue que llevaba las botas puestas, y con mi ropa nos apañamos los dos. Sólo tuvo que comprar un saco de dormir; supongo que el único que había en Marrakésh, porque el tipo se lo vendió a precio español, yh no valió de nada regatear y regatear, salir tres veces de la tienda y volver a entrar… el tipo vio la desesperación en nuestros ojos. Al final, entré yo solo y me llevé el saco, porque veía que no nos íbamos en la vida de allí. Habíamos alquilado un coche con chofer para que nos llevara a Oukaimeden, desde donde ya saldríamos andando hacia la cima del toubkal. En el camino nos paramos en un rio que estaba lleno de chiringuitos y gente bañándose entre las rocas; Juan dijo que se estaba mareando, se apartó un momento de nosotros y al momento oímos un ruido de cabeza que se da contra el suelo, y justo, SE HABÍA DESMAYADO COMPLETAMENTE. Estaba en el suelo inconsciente. Los dos empezamos a darle aire y echarle agua poco a poco por encima, hasta que se fue despertando. Como he dicho antes, gracias que no estaba yo solo. Le llevamos casi a rastras hasta un sitio fresco que tenía una alfombra en el suelo y ahí estuvo un par de horas, hasta que se recuperó excepto por el dolor de cuerpo y los cardenales que tenía por la espalda, el cuello y una brecha en la cabeza. Todos suponemos que fue un corte de digestión por el estréss de la maleta, y el calor que hacía ese día en Marrakésh (sobre 50 grados). Esa noche tuvo que tomarse calmantes para los dolores pero al día siguiente ya estaba casi bien. Creo que el ver las montañas le curó de todos sus males.
A partir de Oukaimeden, empezamos a recorrer las montañas, pasando por pueblecitos bereberes, de color tierra, donde a veces nos paramos a tomar té en cualquier casa bereber. También dormimos en las terrazas de cualquier casa bereber medianamente preparada para turistas (poca cosa). Pones una colchoneta en el suelo, te metes en tu caso, y te pones a ver estrellas, que allí como no hay luz que moleste, se ven de maravilla… luego sale la luna, se van las estrellas y se recortan las montañas a lo lejos en un fondo negro gigantesco y tú estás en medio de todo eso sin poderte creer lo bonito que puede llegar a ser un cielo estrellado.
Así llegamos, andando, hasta Imlil, que es el pueblo más grande, desde el que parte la gente para subir al Toubkal. Allí quise meterme a internet, pero las conexiones eran lentísimas y me desesperé. Así que hice unas cuantas llamadas de teléfono en su lugar. Para los que tengáis dudas, estoy llamando mucho a casa; estoy asombrado de mi mismo.
Al día siguiente, desde Imlil, empezamos a subir para llegar al refugio que está a los pies del Toubkal. Casi 1.400 metros de desnivel por valles ahora muy secos, pero que en primavera deben de ser una delicia. Aún así hay sitios por donde el rio hace cascadas y pequeñas pozas, donde te puedes bañar y refrescar. Una verdadera delicia. Además, de vez en cuando hay pequeños kioskos donde venden coca-colas y otras bebidas.
El refugio es un edifico de piedra muy parecido a los refugios de montaña de Europa; allí pudimos comprar comida y bebidas, pero decidimos dormir en tienda de campaña. Esa noche el cielo estaba increíble; se veía incluso la Via láctea. Nos dieron ganas de dormir fuera de la tienda, pero hacía demasiado frio. Al día siguiente, nos levantamos prontito y paaaa riba…. (para arriba, en cristiano). Con un desnivel de 1.000 metros, el Toubkal, es realmente facil de subir. No tiene nada técnicamente complicado y por donde nosotros subimos, sólo era cuestión de poner un pie detrás de otro. Al llegar a los 4.000 metros aparecía la arista final, y si te asomabas, desde allí se podía ver la otra vertiente del valle de Tifni. Ya sólo quedaba seguir la arista con cuidado, porque había una caída bastante alucinante a un lado, y sin complicaciones llegabas a la cumbre. La vista desde allí era fantástica, aunque la luz no era muy buena para hacer fotos. Aún así nos hicimos unas cuantas con un grupo de españoles que llegaron al mismo tiempo que nosotros. Cuando ellos se fueron, llegó una familia de franceses con CHAMPAGNE. Nosotros les veíamos tomarse el champagne con una carita tal de tristeza que no debieron poder soportarlo más y nos invitaron a una copita y allí mismo les juramos amistad eterna para siempre. Ya sólo nos quedaba volver a bajar y dormir de nuevo en nuestra tienda de campaña. A la mañana siguiente, recogimos nuestros bártulos y nos fuimos descendiendo hacia el lago Ifni, a unos 1.300 metros más abajo. Me encantó el recorrido. Pasamos por desfiladeros hasta llegar a la misma orilla del lago, donde plantamos nuestra tiendecita. Ese día nos bañamos en el lago y por la noche, decidimos dormir con nuestros sacos al airte libre viendo más estrellas. Hicimos un círculo con nuestras mochilas y la tienda y nos pusimos los tres juntitos con Amalia en medio. A la hora de acostarnos empezó a soplar un viento que acabó en huracán y que incluso se llevó alguna tienda que no estuviera muy bien clavada. Nosotros aguantamos como pudimos, siempre a punto de salir volando, pero menuda experiencia; eso si, dormir, lo que se dice dormir, no es que durmiéramos mucho.
Al día siguiente, seguimos andando hasta Amsouzart, donde dormimos en una casa bereber muy básica, pero donde yo dormí como nunca desde que había salido de viaje. El cansancio empezaba a pasar factura. Allí no recogió un chofer con un 4x4 que habíamos alquilado, para hacer la segunda parte del viaje. La zona más desértica de las khasbas, casi llegando a la frontera con Argelia. Aquí las poblaciones bereberes no tienen nada que ver con los pueblecitos del Atlas. Son auténticas fortalezas de adobe; algunos se parecen a nuestros castillos medievales. Las hay preciosas, con tiendas por dentro para turistas, en mitad de un terrenal desértico. Nosotros vimos algunas de estas, pero también nos metimos en pueblos-khasbas para ver que había dentro y como vivía realmente la gente. Al principio no nos atrevíamos demasiado, pero finalmente resultó una experiencia increíble para los tres. Salimos de allí como flotando. Eso si que era entrar en la máquina del tiempo. Normalmente, hay una puerta muy grande y decorada, donde suelen estar sentados 3 ó 4 viejos del pueblo, a los que les pedíamos permiso para pasar. Dentro las calles se estrechaban y se oscurecían, con lo cual el calor del exterior desaparecía. Un chico nos dejó subir a una de las casas, donde los cuartitos eran diminutos y en uno estaba el horno que ocupaba media habitación. Supongo que era un horno para unas cuantas familias. Las calles son auténticos laberintos de donde salen niños de todas partes, y mujeres que asomaban las cabezas por las puertas mirándonos con curiosidad; pero todo el mundo era simpático y nadie nos puso mala cara, aunque en cierta forma estábamos invadiendo su intimidad. Imaginad que a vuestro pueblo hubiesen llegado unos cuantos alemanes con los ojos como platos mirando como vivíais. Eso si, nada de fotos, aunque para mi era una auténtica tortura. Vaya fotos de retratos que se pueden hacer en este país si se dejaran, pero todo el mundo le tiene verdadera fobia a la cámara. Aún así he hecho fotos a la gente, pero desde lejos.
Ya en el todo terreno, seguimos hasta Merzouga, donde están las dunas de Erg Chebi. Esa noche, para variar, dormimos en un hotelito precioso al pie de las dunas. Por la mañana a las cinco salimos a ver la salida del sol. Increíblemente, había llovido el día anterior sobre las dunas (supongo que la primera vez en todo el año) y estaba un poco nublado. No fue una salida de sol espectacular, aunque estuvo bien, sobre todo por el cielo que se puso a continuación y por el tono rojizo de la arena. Por cierto, el clima desde que habíamos salido de Marrakésh genial; un calor muy soportable. Yo tenía bastante miedo por lo que se nos venía encima, pero no.
Seguimos viaje hasta las Gargantas del Todra, donde hicimos una marcha por el palmeral de la ciudad, con un cielo maravilloso y la mejor luz desde que estaba en Marruecos. La gente trabajando sus huertos, las mujeres lavando la ropa, etc, etc… Una maravilla. Por cierto, ya somos unos expertos los tres en eso de lavar la ropa en el rio; el primer día, cuando lavábamos algo, al momento se nos ensuciaba más de barro, hasta que un chico nos trajo un cubo de agua, que es lo ideal para aclarar la ropa. Cuando llegue a casa, a quien quiera le doy unas lecciones en el Manzanares. Dormimos en otro hotel en medio de la Garganta, en la zona más profunda, y al día siguiente nos fuimos hacia el Valle del Dadés; un sitio precioso entre montañas y más khasbas.
Al día siguiente ya sólo nos quedaba volver a Marrakésh; casi 350 kms de ruta. Los últimos kms. se hacen por una carretera maravillosa que atraviesa de nuevo el Atlas y los cruza por la mitad en el paso de Tizi´n Tichka. Llegamos por la noche.
Esta vez cogimos un hotel fuera de la medina de Marrakésh, en la zona moderna. Era como estar en la Castellana de Madrid: todo hoteles de lo mejor de la ciudad, Pizza Hat, discotecas y toda la cerveza que querías. Me alegro mucho de haber visto esa parte de la ciudad que nada tiene que ver con lo que hay dentro de la Medina. Supongo que eso es Marruecos, dos o tres mundos en un mundo país; un mundo que se quiere abrir a occidente o quiere imitarnos, con lo que eso tiene de bueno y malo, y un mundo que se aferra al pasado o al medievo, con lo que eso también tiene de bueno y malo.
En resumen, hay cosas de Marruecos que me han encantado y otras que no, pero realmente es un país increíble y lleno de sorpresas, con sitios preciosos. Desde luego, lo que prometo es que es un país que si lo visitáis no os va a dejar indiferentes a nadie.
Juan se ha llevado mi cámara de fotos con tres tarjetas de 1 Gb llenas; le he dicho a Silvia que me mande algunas a mi correo, pero me temo que algunos de vosotros las vais a poder ver antes que yo. No sé cuando me podré meter otra vez en internet, pero intentaré hacerlo lo antes posible. Hasta entonces, un saludo a todos
jueves, 26 de julio de 2007
SEFROU
Sigo por estos caminos, cada vez más polvorientos, pero muy intensos y llenos de sorpresas. Desde Sefrou, una ciudad rodeada de murallas y de colinas más verdes de lo que me podía esperar, he seguido en mi cochecito dirección al sur.
A 7 kms. me habían dicho que había una aldea con cuevas trogloditas. Y yo pensé: "Qué será eso de las cuevas trogloditas?". Así que allí me fuí; las cuevas no me impresionaron mucho, pero la aldea era una preciosidad y el sitio, con sus habitantes salidos de muchos siglos atrás era todo un espectáculo. Me tomé un zumo gigante de naranja y a seguir....
Por cierto, por si a alguien le interesa, tengo bastantes problemas con la comida. Aquí todo es cordero y más cordero, y los dulces están demasiado "dulces" para mi gusto. Hay algunos platos de verduras, pero tengo que estar muy ràpido para que no me echen nada de carne. En resumidas cuentas, que me alimento a base de dátiles, frutos secos, algo de verdura y mucha fruta. Creo que estoy adelgazando (mamá, no leas esto, por favor)..
A algunos les preocupa dónde duermo y hasta me preguntan "si hay ratas". Hombre, pues no. Hasta ahora he dormido en hoteles limpios y aunque no eran lujosos estaban bastante bien. Los hay desde de super lujo a sitios horribles, pero en el término medio está la virtud, dijo algún sabio por ahí.... o ¿me lo acabo de inventar yo porque lo he soñado?. No sé....
También me pregunta el personal en qué idioma me entiendo con los lugareños. Pues en las ciudades se habla mucho francés, y me he dado cuenta que mi francés sigue siendo bastante bueno. Según viajo hacia el sur, en algunos pueblecitos más pequeños ya no se habla tanto francés, pero siempre te entiendes con señas y bueno, tampoco tengo intención de hablar de filosofía con esta gente. Ni siquiera de política me atrevo a hablar demasiado, y de religión ya ni te cuento. Quizás soy demasiado cobarde, pero tal y como está el panorama internacional, mejos no arriesgarse, que por aquí son muy susceptibles. Y es que esto de la religión se lo toman muy, pero que muy en serio; por ejemplo, me tiene harto la llamada del Muhecín cada 5 minutos (quizás he exagerado un poco, pero sólo un poco): "Tararí...hora de rezar....todo el mundo a sus puestos", y ya me tienes a mi, tapándome la cabeza con la almohada y gritando: "Nooooooo".
Bueno, sigo con el viaje. Esta mañana he pasado también por un pueblecito que se llama algo así como El-Menzel, que era una maravilla. Su kasba se elevaba sobre la garganta de Sebou y sobre los acantilados de la garganta. Una preciosidad de sitio.
Después pasé por otro (imposible de recordar el nombre, pero lo he apuntado por algún lado), que fue construído por los franceses y está tan alto que hasta hacía frío (ja, esto es broma. Quiero decir, que se está bien y no hace calor. Esta noche estoy durmiendo aquí y me va a costar irme. Estos franceses sabían donde tenían que hacer los pueblos... ah, por cierto, hola Sylvie, recuerdos desde Imozzerunoséqué).
Mañana voy a hacer la "ruta de los lagos" qué no sé qué tal estará, pero que tiene un nombre que promete mucho. Bye, bye...
A 7 kms. me habían dicho que había una aldea con cuevas trogloditas. Y yo pensé: "Qué será eso de las cuevas trogloditas?". Así que allí me fuí; las cuevas no me impresionaron mucho, pero la aldea era una preciosidad y el sitio, con sus habitantes salidos de muchos siglos atrás era todo un espectáculo. Me tomé un zumo gigante de naranja y a seguir....
Por cierto, por si a alguien le interesa, tengo bastantes problemas con la comida. Aquí todo es cordero y más cordero, y los dulces están demasiado "dulces" para mi gusto. Hay algunos platos de verduras, pero tengo que estar muy ràpido para que no me echen nada de carne. En resumidas cuentas, que me alimento a base de dátiles, frutos secos, algo de verdura y mucha fruta. Creo que estoy adelgazando (mamá, no leas esto, por favor)..
A algunos les preocupa dónde duermo y hasta me preguntan "si hay ratas". Hombre, pues no. Hasta ahora he dormido en hoteles limpios y aunque no eran lujosos estaban bastante bien. Los hay desde de super lujo a sitios horribles, pero en el término medio está la virtud, dijo algún sabio por ahí.... o ¿me lo acabo de inventar yo porque lo he soñado?. No sé....
También me pregunta el personal en qué idioma me entiendo con los lugareños. Pues en las ciudades se habla mucho francés, y me he dado cuenta que mi francés sigue siendo bastante bueno. Según viajo hacia el sur, en algunos pueblecitos más pequeños ya no se habla tanto francés, pero siempre te entiendes con señas y bueno, tampoco tengo intención de hablar de filosofía con esta gente. Ni siquiera de política me atrevo a hablar demasiado, y de religión ya ni te cuento. Quizás soy demasiado cobarde, pero tal y como está el panorama internacional, mejos no arriesgarse, que por aquí son muy susceptibles. Y es que esto de la religión se lo toman muy, pero que muy en serio; por ejemplo, me tiene harto la llamada del Muhecín cada 5 minutos (quizás he exagerado un poco, pero sólo un poco): "Tararí...hora de rezar....todo el mundo a sus puestos", y ya me tienes a mi, tapándome la cabeza con la almohada y gritando: "Nooooooo".
Bueno, sigo con el viaje. Esta mañana he pasado también por un pueblecito que se llama algo así como El-Menzel, que era una maravilla. Su kasba se elevaba sobre la garganta de Sebou y sobre los acantilados de la garganta. Una preciosidad de sitio.
Después pasé por otro (imposible de recordar el nombre, pero lo he apuntado por algún lado), que fue construído por los franceses y está tan alto que hasta hacía frío (ja, esto es broma. Quiero decir, que se está bien y no hace calor. Esta noche estoy durmiendo aquí y me va a costar irme. Estos franceses sabían donde tenían que hacer los pueblos... ah, por cierto, hola Sylvie, recuerdos desde Imozzerunoséqué).
Mañana voy a hacer la "ruta de los lagos" qué no sé qué tal estará, pero que tiene un nombre que promete mucho. Bye, bye...
lunes, 23 de julio de 2007
Mequinez y continúa....
¿Sabéis que ahora tengo un cochecito?. Una especie de 4x4 ligéramente estrecho para mi gusto, pero que de momento anda de maravilla. El único "problemilla" es que no tiene aire acondicionado, y si abro las ventas (lo cual debo hacer si no quiero morir por asfixia) va entrando el polvo de los caminos y yo me voy poniendo de color marrón poco a poco...lo cual tiene sus puntos positivos que son que dentro de poco voy a parecer el moro más negro de todo Marruecos. Así podré entrar en mezquitas y dejarán de intentar venderme de todo.
Bueno, vayamos por partes. Llegué a Mequinez en un coche de línea muy moderno, con su aire, sus películas, etc, etc. Es una ciudad con unas murallas impresionantes, bastante interesante si no fuera porque venía de Fez. Antes era una pequeña ciudad, hasta que un tal Mulay Ismael empezó a hacer mezquitas, las murallas, palacios, etc, etc... y para hacerlo, el muy desgraciado saqueó todo lo que pudo, incluído la ciudad romana de Volúbilis. Yo le he echado unas cuantas maldiciones, pero soy muy malo en este cometido. No hay más que mirar a Bush para comprobarlo.
Al día siguiente me monté en unos taxis colectivos que se cogen en los hoteles y que tienen el inconveniente de que tienes que esperar hasta que se llena de turistas que quieren ir al mismo sitio. Vamos, que casi tienes que ir por el hall del hotel buscando pasajeros para que tú te puedas ir de una dichosa vez. Mi intención era ir a Volúbilis, y por el camino pasamos por Moulay Idriss que es un pueblecito blanco a 27 kms de Mequinez, que está encaramado a una montaña. Me recordó las Alpujarras en Granada y me pregunté de quien fue la idea de los pueblecitos blancos, ¿de los Marroquíes o de nosotros?. ¿Quién copió a quién?.
Desde la carretera se veía una vista fantástica del pueblecito.
Por las carreteras, en cualquier sitio se forman zocos rurales. Al romper el día, los campesinos se acercan a estos sitios andando, o en burro, y se forma un mercado. Hay hasta charlatanes y gente que cuenta cuentos. Mis puestos preferidos son los de frutas; hay una fruta fantástica, y con el calor siempre viene de maravilla.
Volúbilis me encantó, y eso que las cosas con las que llevas soñando durante años, tienden a decepcionarte un poco. No fue el caso, y lo que me parece increible es que hasta el siglo XIX no se empezasen a investigar las ruinas.
Desde Mequinez pensaba ir en tren hasta Taza, que es una de las ciudades más antiguas del país y está entre el Rif y a los pies del Atlas Medio, pero pensé que a lo mejor desde allí no podría alquilar coches y desde Mequinez si. Así que eso he hecho. Lo podré dejar en Marraquech y así soy mucho más libre para estarme todo el tiempo que quiera en los sitios.
Hoy he estado en el Parque Nacional de Jbel Tazzeka. Es un vergel verde, lleno de bosques de cedros. Está cerca de Taza donde duermo hoy. Es una zona preciosa, con valles plantados de almendros, cerezos. Llegué ahsta las cascadas de Ras-el....no sé qué... pero sólo hay agua de noviembre a abril. Snifffff.... Por lo menos, la vista era muy buena. Pasé un puerto con vistas a las montañas del rif, al otro lado la llanuera de Fez, al otro las estribaciones más elevadas del Atlas Medio y al sur, los picos de Jbel Boulblanc (lo tengo apuntado, que si no....). Pasé por unos cañones y unas cuevas, pero en las que sólo pude entrar un poco, porque había que llevar equipo de espeleología. Qué ganas... Creo que hay muchas cuevas por esa zona.
Mañana más que no me queda tiempo.
Bueno, vayamos por partes. Llegué a Mequinez en un coche de línea muy moderno, con su aire, sus películas, etc, etc. Es una ciudad con unas murallas impresionantes, bastante interesante si no fuera porque venía de Fez. Antes era una pequeña ciudad, hasta que un tal Mulay Ismael empezó a hacer mezquitas, las murallas, palacios, etc, etc... y para hacerlo, el muy desgraciado saqueó todo lo que pudo, incluído la ciudad romana de Volúbilis. Yo le he echado unas cuantas maldiciones, pero soy muy malo en este cometido. No hay más que mirar a Bush para comprobarlo.
Al día siguiente me monté en unos taxis colectivos que se cogen en los hoteles y que tienen el inconveniente de que tienes que esperar hasta que se llena de turistas que quieren ir al mismo sitio. Vamos, que casi tienes que ir por el hall del hotel buscando pasajeros para que tú te puedas ir de una dichosa vez. Mi intención era ir a Volúbilis, y por el camino pasamos por Moulay Idriss que es un pueblecito blanco a 27 kms de Mequinez, que está encaramado a una montaña. Me recordó las Alpujarras en Granada y me pregunté de quien fue la idea de los pueblecitos blancos, ¿de los Marroquíes o de nosotros?. ¿Quién copió a quién?.
Desde la carretera se veía una vista fantástica del pueblecito.
Por las carreteras, en cualquier sitio se forman zocos rurales. Al romper el día, los campesinos se acercan a estos sitios andando, o en burro, y se forma un mercado. Hay hasta charlatanes y gente que cuenta cuentos. Mis puestos preferidos son los de frutas; hay una fruta fantástica, y con el calor siempre viene de maravilla.
Volúbilis me encantó, y eso que las cosas con las que llevas soñando durante años, tienden a decepcionarte un poco. No fue el caso, y lo que me parece increible es que hasta el siglo XIX no se empezasen a investigar las ruinas.
Desde Mequinez pensaba ir en tren hasta Taza, que es una de las ciudades más antiguas del país y está entre el Rif y a los pies del Atlas Medio, pero pensé que a lo mejor desde allí no podría alquilar coches y desde Mequinez si. Así que eso he hecho. Lo podré dejar en Marraquech y así soy mucho más libre para estarme todo el tiempo que quiera en los sitios.
Hoy he estado en el Parque Nacional de Jbel Tazzeka. Es un vergel verde, lleno de bosques de cedros. Está cerca de Taza donde duermo hoy. Es una zona preciosa, con valles plantados de almendros, cerezos. Llegué ahsta las cascadas de Ras-el....no sé qué... pero sólo hay agua de noviembre a abril. Snifffff.... Por lo menos, la vista era muy buena. Pasé un puerto con vistas a las montañas del rif, al otro lado la llanuera de Fez, al otro las estribaciones más elevadas del Atlas Medio y al sur, los picos de Jbel Boulblanc (lo tengo apuntado, que si no....). Pasé por unos cañones y unas cuevas, pero en las que sólo pude entrar un poco, porque había que llevar equipo de espeleología. Qué ganas... Creo que hay muchas cuevas por esa zona.
Mañana más que no me queda tiempo.
miércoles, 18 de julio de 2007
FEZ
Después de llevar casi dos días aquí, os puedo decir que esta es una ciudad increible. Yo sabía que era una de las ciudades imperiales más antiguas, pero como ya os he dicho, esto es como pasar del siglo XXI a la Edad Media en dos horitas de vuelo. Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad y puedo entender muy bien la razón.
La gente es muy amable en general, aunque un poco "pesaditos" a veces. Eso de ir solos pensando en el "más allá" como yo suelo hacer tan a menudo, es bien imposible aquí, me temo. Así que he hecho como todo el mundo y tengo una especie de guía, que se llama Mohamed (como todo el mundo aquí, supongo). La verdad es que es comodísimo y "mi" Mohamed se conoce mil sitios interesantes. Me subió a la terraza de uno de sus múltiples parientes desde donde podía ver miles de terrazas con las alfombras típicas de aquí extendidas... todo un espectáculo de color.
Los zocos (hay muchos dependiendo de lo que se vende en cada uno) son un verdadero laberinto, pero para eso vuelvo a tener a "mi" Mohamed. La zona de los curtidores es auténticamente de la Edad Media. Increible, y aunque huele un poco mal, yo estaba como hipnotizado.
También hay palacios, mezquitas y madrazas (escuelas coránicas) que son increibles de bonitos, pero en muchos sitios sólo dejan pasar a los musulmanes.
Podría hacer miles de fotos sólo de la gente, pero me temo que no les gusta mucho, y entre que yo soy muy cortado para eso y que no quiero que me corten el cuello nada más llegar (si es el último día ya no importa tanto), pues no hago fotos más que de lejos. Una pena.
Mañana me voy a Mequinez en autobús. Cuando he sacado los billetes, me han parecido autobuses muy modernos.... uff, porque hace un calor que como para ir en vehículos sin aire acondicionado.
De todas formas, esto es cuestión de cambiar horarios, como pasaba en egipto. Te levantas muy pronto, a medio día te vas a tu hotel a dormir la siesta y luego te estás en la calle hasta las tantas de la madrugada. Ese es el truco y lo que hace la gente aquí, y yo, pues ya sabéis, en seguida hago lo que veo hacer. Eso me lo enseñó mi madre, que es muy sabia, ejem...
Bye, bye, a todos que "mi" Mohamed me espera.
La gente es muy amable en general, aunque un poco "pesaditos" a veces. Eso de ir solos pensando en el "más allá" como yo suelo hacer tan a menudo, es bien imposible aquí, me temo. Así que he hecho como todo el mundo y tengo una especie de guía, que se llama Mohamed (como todo el mundo aquí, supongo). La verdad es que es comodísimo y "mi" Mohamed se conoce mil sitios interesantes. Me subió a la terraza de uno de sus múltiples parientes desde donde podía ver miles de terrazas con las alfombras típicas de aquí extendidas... todo un espectáculo de color.
Los zocos (hay muchos dependiendo de lo que se vende en cada uno) son un verdadero laberinto, pero para eso vuelvo a tener a "mi" Mohamed. La zona de los curtidores es auténticamente de la Edad Media. Increible, y aunque huele un poco mal, yo estaba como hipnotizado.
También hay palacios, mezquitas y madrazas (escuelas coránicas) que son increibles de bonitos, pero en muchos sitios sólo dejan pasar a los musulmanes.
Podría hacer miles de fotos sólo de la gente, pero me temo que no les gusta mucho, y entre que yo soy muy cortado para eso y que no quiero que me corten el cuello nada más llegar (si es el último día ya no importa tanto), pues no hago fotos más que de lejos. Una pena.
Mañana me voy a Mequinez en autobús. Cuando he sacado los billetes, me han parecido autobuses muy modernos.... uff, porque hace un calor que como para ir en vehículos sin aire acondicionado.
De todas formas, esto es cuestión de cambiar horarios, como pasaba en egipto. Te levantas muy pronto, a medio día te vas a tu hotel a dormir la siesta y luego te estás en la calle hasta las tantas de la madrugada. Ese es el truco y lo que hace la gente aquí, y yo, pues ya sabéis, en seguida hago lo que veo hacer. Eso me lo enseñó mi madre, que es muy sabia, ejem...
Bye, bye, a todos que "mi" Mohamed me espera.
martes, 17 de julio de 2007
MARRUECOS
Llegué sin problemas a Marruecos y ahora estoy e Fez. La primera ojeada ha sido la de estar en plena Edad Media. Es increible, como viajar en el tiempo.
Pero, qué calor....
Pero, qué calor....
jueves, 5 de julio de 2007
Mis viajes
Estoy creando este blog para poder comunicarme con vosotros durante el próximo año. Espero saber hacerlo porque soy demasiado desastre en esto de la informática, pero si resulta bien, será una forma sencilla de saber que sigo vivo y de por donde ando.
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